‘Entre primo y primo más me arrimo’ … y yo me enamoré

Aunque decidimos seguir con nuestras vidas, no hemos dejado de querernos.  Yo estaba jugando con mi hermano cuando ella llegó. No sabía quién era, pues jamás había ido de vacaciones a Cali. Tenía 7 años cuando me enteré de que era mi prima. Solía vestirse con una falda a cuadros verde con azul y una camisa blanca. Esto sucedió a principios de los setenta pero hoy, a mis 53 años, tengo la escena muy clara en la cabeza.  Pasó el tiempo y no tuve noticias ni necesidad de hablarle, no imaginaba que a futuro me haría tanta falta ni hasta a donde llegaríamos. Cali se convirtió en el destino al que íbamos año a año a descansar con mis padres y hermanos y ahí la veía de nuevo. En ese entonces ya tenía una noción más clara de la relación familiar que nos unía, pues compartíamos mucho tiempo con otros primos en reuniones, paseos, fiestas de fin de año y demás. En ese momento de preadolescencia me pareció que la pensaba más de lo normal, pero no pasaba de ahí. Ya un poco más grandes, ella empezó a visitar nuestra casa en Bogotá, también de vacaciones. En esos años donde, por nuestra juventud, pululaban las fiestas en el barrio, solíamos ir juntos. La pasábamos bien, bailábamos, compartíamos mucho, salíamos a caminar, a comer helado, a cine y nos enamoramos. Pero era un tiempo finito. Un mes después del cual ella tenía que volver a Cali, yo al colegio y no nos podíamos ver más. Había una atracción, algo que nos unía más allá de ser primos y nosotros los sabíamos, nuestros amigos lo sabían (de hecho, hoy en día todavía me preguntan por ella).

Primera decepción

En esos ires y venires, y como no había nada concreto, en una de sus visitas a Bogotá un hombre mayor que yo no conocía le propuso ser novios y ella le dijo que sí. Él empezó a ir a Cali frecuentemente, pues le era más fácil, estuvieron saliendo un tiempo y yo sin poder hacer nada. Después de un tiempo terminaron su relación. Ella volvía a mi casa, de vacaciones. Ya éramos un poco más grandes y nuevamente salimos de fiesta. Ahí si me enamoré de ella: nos amábamos. Esos momentos que pasábamos antes de llegar a casa, horas hablando, besándonos, acariciándonos, me hicieron sentir el hombre más feliz del mundo. No hablábamos de prohibiciones ni del parentesco, solo disfrutábamos. Después de eso llegó el sexo, diáfano, tranquilo, pleno, positivo… aquellos momentos aún los llevo en el alma. Entramos a la universidad y el tiempo para compartir era cada vez más escaso. Eran menos las veces que nos veíamos, pues imagino que ella ya tenía su novio en Cali y yo tenía mi novia en Bogotá. No nos reprochábamos nada, sabíamos que existíamos y ya. Empecé a trabajar y ella también, hablamos alguna vez de la opción de que yo me fuera a vivir a Cali y, de hecho, desde el primer día de trabajo tenía el firme propósito de irme. No pasaron más de 5 años y lo logré, conseguí un empleo allá, llegué a la ‘sucursal del cielo’. Horas hablando, besándonos, acariciándonos, me hizo sentir el hombre más feliz de mundo entero, no hablábamos de prohibiciones ni de parentesco, solo disfrutábamos

Segunda decepción

Aunque durante esos 5 años pasaron muchas cosas de parte y parte, llegué a Cali convencido de que quería construir una vida con ella, pero me recibió con la ‘dulce’ noticia de que tenía novio. No podíamos tener nada, su relación era muy seria y ese fue el primer disgusto. Yo había cambiado toda mi vida sólo para estar a su lado y no Iba a ser posible  después de haber luchado tanto. Me quedé a vivir en esa ciudad, pero pasó mucho tiempo para que yo le volviera hablar a pesar de que nos encontrábamos seguido en reuniones familiares. Después de un tiempo sanó la herida. (Le puede interesar: Una de mis estudiantes fue, es y será el amor de mi vida)

Tercera decepción

En ese lapso, el novio le propuso matrimonio y pensé que era el fin de nuestra relación, pero él la dejó plantada en el altar y ella quedó embarazada. Yo le propuse ser el papá del bebé, pero insistió en que él regresaría algún día, algo que nunca pasó.
Mi propuesta no tuvo la respuesta esperada.Yo conocí a una mujer espectacular, hermosa,  de la cual me enamoré. No era una relación de despecho, no estaba buscando nada, pero la encontré al fin y me casé feliz. Por temas laborales volví a trabajar en Bogotá, nacieron mis hijos y la relación con mi prima se fue desvaneciendo pese a que tenía en mi memoria los momentos más sublimes que ninguna otra mujer me ha provocado. Siempre la tenía en mis pensamientos. De vez en cuando la llamaba, pero no pasaba de ahí. Y cuando ella venía a la capital, nos veíamos y nos dábamos un beso furtivo a escondidas. Sin embargo, se volvió muy respetuosa de la relación que yo tenía, nunca insinuó nada, nunca dijo nada de lo nuestro y siguió pasando el tiempo, con distancia de por medio. La comunicación disminuyó, todo se fue apagando.
Durante más o menos 10 años no pasó mayor cosa, mis hijos crecían, la rutina continuaba normal y me fui a vivir a otro país. Antes de irme nos vimos a solas en un concierto de Fito Páez en Cali, tomados de la mano toda la noche, como pareja, pero nada más. El último día que nos vimos nos despedimos con un beso, me hizo una tenue caricia en mi cara y nos dimos un hasta luego. He tratado de aceptar el destino, de convencerme que tal vez que esa relación no tendría un buen final y que ya no es posible dar un giro que cambie la situación; he tratado de no hablar con ella a pesar de los adelantos en las comunicaciones, pero mi inconsciente es débil: la sueño en repetidas ocasiones, en diferentes circunstancias, sin proponérmelo. Siempre está ahí, en mi interior. Hace una semana fui a visitar a mi madre en Cali. Después de 3 o 4 años de no vernos nos encontramos y me di cuenta de cómo le brillaron los ojos, sentí que le daba alegría verme y por supuesto a mí también. Salimos de paseo, a comer, compartimos tiempo a solas y fue muy agradable. Una noche fuimos a bailar. Ambiente propicio, música adecuada, saque a relucir mis pocas dotes de bailarín, fue una experiencia deliciosa. Recordamos cómo hace 35 años bailábamos igual, dedicándonos canciones. Nuestros cuerpos no se despegaban, era una unión melódica perfecta, de nuevo cogidos de la mano disfrutamos esas pocas horas. Hablamos toda la noche de mis frustraciones de no poder contarle a nadie sobre mis sueños, de no poder contarle a nadie  la falta que me hace, de no poder contarle a nadie que todavía se me iluminan los ojos cuando la veo, que a pesar de los años me parece  espectacularmente bella, y que a pesar de tener 53 años y una vida muy lejos, no he podido sacarla de mi cabeza. Mi prima todavía me hace latir el corazón fuerte y rápido. Lo peor de todo es que me dijo lo mismo: que a pesar del tiempo y la distancia me ve como el hombre con quien quisiera pasar sus días. Me habló de los errores que le impidieron estar conmigo a pesar de lo que sentía y me dijo que soy un hombre por el cual todavía siente atracción. Pero que muy poco podíamos hacer al respecto. Llegó la hora de partir, pues era mi última noche en la ciudad. Despedida a solas, nos contamos un par de infidencias,  nos dimos un beso, risas, otro beso y por último un ‘te quiero’ compartido.

Lo peor de todo es que ella me dijo lo mismo: que a pesar del tiempo y la distancia me ve como el hombre con quien quisiera pasar sus días

Cuarta (¿y última?) decepción

Hoy en día vivo en otro país,  viendo mil veces las fotos de la última vez que nos encontramos, recordando ese momento sublime del baile y del último beso, de las muy pocas opciones que tenemos hoy de reacomodar el rumbo de nuestro destino: hay fuerzas, sentimientos, deseos, atracción, cariño, pero siento que esta será mi última decepción, y no porque yo lo quiera. (Lea también: Dos novios me dejaron para casarse con otras mujeres) Aquí, sin poder cambiar el curso de las cosas, me acompañan miles de recuerdos e imágenes: desde el día que la vi llegar de la mano de su mamá -mi tía-, hace 45 años, hasta nuestro último encuentro hace una semana, en el que me dijo que me quería y que siente mi ausencia. No sé si esta historia tendrá un final y no sé de qué color será. Solo espero algún día contarlo … al menos este escrito me sirvió para desahogarme.