La Espera. El coronavirus traerá un nuevo orden mundial

Por Luis F. Brizuela Cruz

Fue un abril para la historia y uno que muchos preferirán olvidar. Es casi seguro que mayo quedará también plasmado en la memoria de los odios y virtudes de los hombres; porque si algo tienen los conflictos y las catástrofes desde el principio de los tiempos es que muestran lo más infame de la humanidad y su efecto revela también la grandeza de la especie. Después de todos los debates sobre los nombres científicos, sociológicos y geográficos, al igual que aquellos que persiguen una neutralidad correctiva, la cual define la ridiculez de los tiempos, no nos quedará más alternativa que concluir que -en el menos ladino de los casos- este resultó ser el primer ensayo de la Guerra Biológica sobre la que por tanto tiempo nos han venido alertando.

Es poco probable que se sepa de forma definitiva si la fuga del virus con Corona de Espinas resultó un error en el laboratorio de Wuhan o si el politburó chino dio instrucciones para que los científicos hicieran caso omiso de cualquier escape, como represalia contra las tarifas de Trump -el singular culpable de haber descarrilado infinidad de planes chinos, al igual que otros tantos proyectos de la oposición zurda en los Estados Unidos y en el resto del planeta. Tampoco nunca posiblemente llegaremos a saber, a ciencia cierta, si la élite globalista pudo haber tomado cartas en el asunto y pactado con el Celeste Imperio para castigar al hombre que, según ellos, nunca debió haber llegado a la presidencia de los Estados Unidos y arruinado también sus planes de un Nuevo (des) Orden Mundial.

Tangible y respaldado por contundente evidencia ha sido, no obstante, el número de contaminados a nivel mundial, aunque el saldo exacto de damnificados biológica (muertos, moribundos y sobrevivientes) y directamente por la pandemia recibirá un asterisco, teniendo en cuenta la cantidad de facciones que se disputan méritos y culpabilidades, particularmente en un año de elecciones en los Estados Unidos. Las estadísticas de muertes anuales por otras diversas causas y enfermedades serán en muchos foros añadidas a las cifras del virus chino, creando por consiguiente un mayor  impacto en la psique colectiva del mundo y dando pie a cambios drásticos que habrán de convertirse en la nueva norma planetaria.

Reales y muchos ya son y serán los “daños colaterales” del Covid-19. Consecuencias que el que subscribe mencionara en el artículo que presidiera a este y las cuales irán tomando grotescas, espeluznantes e inimaginables manifestaciones sobre el curso de por lo menos la próxima década y a través de todo el globo terráqueo. Depresiones, suicidios y arruinamientos económicos marcarán los aspectos sobresalientes de las secuelas del virus con ojos oblicuos en los meses y años por venir. En las sociedades avanzadas se perseguirán las compensaciones habituales y siempre aparecerá alguien para pagar la cuenta. En los lugares donde el virus del comunismo o sus múltiples bifurcaciones ya habían diezmado almas y bienestares por años, esta nueva plaga no tendrá mucho que atrapar en su despiadada marcha ahora o después. Ahí, en esos lugares condenados por el destino y las caprichosas peripecias de causa y efecto, el Covid-19 posiblemente se horrorice al descubrir que otras abominaciones ya se le habían adelantado.

En lo personal, aquí donde es benévola la vida, donde se valora el valor y se condecora el decoro, se nos han ido muchos seres queridos; casi todos de la cuarta edad que nunca tuvieron la oportunidad de despedirse debidamente de sus familiares y amigos, como hubiera sido en circunstancias normales en la etapa final de sus vidas. Aun aquellos que han logrado sobrevivir o han resultado afortunados de no contraer la Peste de Wuhan, se han visto perturbados en sus apacibles rutinas de deleitarse con la presencia y el afecto directo de sus hijos y nietos. Hasta muchos jóvenes ya han comenzado a mostrar la fatiga y los desequilibrios que Covid-19 ha traído a sus vidas. Una desconcertante nueva postura de aislamiento e inactividad ha también infestado los cerebros de muchos e irá en inexorable incremento; mermando los niveles de sociabilidad y productividad aun cuando se reanuden muchas de las rutinas sociales y laborales.

Los perversos depredadores de todo aquello que resulta bueno y próspero dentro de la humanidad -sean estos comunistas, globalistas o su infantería de tontos útiles- parecen reconocer que las sociedades piadosas y equipadas para asistir a sus poblaciones, no habrán de escatimar con el fin de traer alivio a las mismas, empleando todos su recursos y nobles voluntades. Pero estos perversos depredadores parecen saber también que un periodo prolongado de rescate económico y asistencia adecuada de salud, con estrictos parámetros de distanciamiento y seguridad social, podría engendrar apatía y vagancia dentro de muchas sociedades desarrolladas. Es como si una nueva (o revisada) definición o estrategia del comunismo hubiera pasado a ser: la propagación de un virus para invalidar la importancia moral y material del trabajo y así promulgar la dependencia -el verdadero opio histórico de las masas en el reino infernal del comunismo.