Biden tendría difícil volver a la política de Obama hacia Latinoamérica

La condescendencia con Cuba, aunque táctica, sería menos posible ante la preocupación por la actividad de China y Rusia en la región Las inciertas elecciones en Estados Unidos obligan a mirar a ambos candidatos a la Casa Blanca para poder anticipar lo que será la política estadounidense hacia Latinoamérica durante los próximos cuatro años. Lo normal de un segundo mandato de Donald Trump sería la prolongación de las acciones ya llevadas a cabo en el primero, pero de Joe Biden no se debería esperar una repetición de lo ejecutado por la Administración Obama, por más que, como vicepresidente, Biden se encargara de algunas gestiones directamente relacionadas con la región. pieza esencial en la arquitectura de Obama para el Hemisferio Occidental fue Cuba. El anterior presidente estadounidense acabó supeditando toda la relación con sus vecinos hemisféricos al deseo de llegar a un acuerdo con La Habana. Para no molestar en exceso a Raúl Castro, Obama no fue duro con Venezuela (solo aprobó las primeras sanciones contra el chavismo cuando el acuerdo ya se había cerrado, hacia el final de su segundo mandato); tampoco plantó cara a la creciente relación de China con el continente y la mayor influencia de Rusia en él, porque eso podía hacer descarrilar el entendimiento con la isla caribeña. Eso fue fruto del idealismo de pensar que, cediendo ante el castrismo, el proceso de apertura al que este tímidamente se abría generaría una imparable, aunque probablemente lenta, dinámica de cambio. Biden es menos idealista y más pragmático que Obama. Su ambición no es «doblar el arco de la historia», como confesaba este, sino simplemente mejorar algunas situaciones allí donde se pueda. Con apenas pocos años en Washington cuando llegó a la presidencia, Obama actuó de modo muy unilateral, sin casi buscar acuerdos bipartidistas (los republicanos tampoco lo pusieron fácil); Biden, en cambio, es un producto del establishment, con varias décadas en el Capitolio, donde ha gestado consensos y complicidades con actores políticos de ambos partidos.

Las sanciones

Biden podría desmontar las nuevas sanciones impuestas por Trump a Cuba, pero posiblemente ya no es posible volver a la ingenuidad de la casilla cero que dejó Obama: ni La Habana ha dado muestras de enfilar una futura apertura (su nueva Constitución insiste en la vía comunista), ni Washington puede ahora perder tiempo intentando mostrar buena voluntad hacia Cuba sin confrontar los regímenes autoritarios de Venezuela y Nicaragua y la penetración de Rusia y China. Esto último es cada vez más abiertamente denunciado por el Pentágono, cuyo Comando Sur, tal vez alentado por la política de Trump pero en cualquier caso preocupado, podría en su caso hacer ver a Biden la necesidad de contener la actividad de rusos y chinos en el Gran Caribe.

En un momento de pérdida de influencia en el mundo, es un imperativo geopolítico para Estados Unidos –por tanto, al margen de quién es presidente del país– no descuidar su influencia en el resto del Hemisferio Occidental. Más aún, lo que viene es una recuperación de la Doctrina Monroe: un volcarse de EE.UU. sobre las áreas más próximas de Latinoamérica (el Cono Sur queda algo lejos), por cuestiones de cercanía de cadenas de producción y para evitar la presencia de potencias rivales.

Mayor empatía

Por otra parte, aunque Biden no ha hecho especiales promesas a los votantes hispanos con relación a su posible política hacia Latinoamérica, en Florida debe batirse por un voto de origen cubano y venezolano que se siente atraído por Trump. Obama no tuvo que cautivar específicamente a ese electorado para ganar en Florida en 2008 y 2012, pero ese decisivo estado fue para Trump en 2016 y para recuperarlo Biden debe expresar firmeza hacia los regímenes represores de la región, y si llega a la presidencia no podrá contradecir completamente esa posición.

En cuanto a Latinoamérica, las políticas de una Administración Biden quedarían eventualmente a mitad de camino entre las de Obama y Trump. En algunos aspectos ciertamente más próximas a la de este: mayor presencia de la agenda hemisférica en la gestión presidencial y firmeza ante las nuevas dictaduras (los regímenes de Venezuela y Nicaragua son más sanguinarios ahora que cuando los conoció Obama). Pero con algo más de amabilidad y empatía, que muchas veces es lo único que pide Latinoamérica.