De ‘La Bestia’ a ‘El Diablo’, la nueva ruta de tren que usan los migrantes para llegar a EEUU

Cada vez más centroamericanos viajan a bordo del ferrocarril que transita a lo largo del Pacífico mexicano, un recorrido alterno al ya conocido tren de carga que llega a la frontera con Texas. Eligen ese trayecto porque lo consideran menos peligroso, aunque en este también se registran accidentes, ataques, robos y abusos.

Los sicarios del cartel de Los Zetas actuaron con su típica brutalidad el 22 y 23 de agosto de 2010. Llevaron a 72 migrantes, la mayoría centroamericanos, a una bodega abandonada, donde los vendaron y ejecutaron a balazos sin piedad. Ocurrió en el pueblo de San Fernando, en Tamaulipas, uno de los destinos finales del temido tren de carga ‘La Bestia’, que cientos abordan cada día para cruzar México y llegar a la frontera con Estados Unidos.

La que fue la peor matanza de migrantes en ese país coronó a ‘La Bestia’ como el camino sobre rieles más peligroso para quienes viajan hacia el norte y Tamaulipas –donde ocurrió el baño de sangre– se convirtió en la región que debían evitar.

Así fue ganando popularidad otra ruta de trenes de carga que pasa por tres estados en la costa del Pacífico mexicano (Nayarit, Sinaloa y Sonora) y que llega hasta la ciudad de Mexicali, capital de Baja California.

Quienes empezaron a trepar a los vagones de este ferrocarril le llamaron ‘La Ruta del Diablo’, un nombre que se redujo hasta quedar solo en ‘El Diablo’, por las altas temperaturas que se registran en las zonas tropicales y desérticas que va recorriendo. Su destino final, Mexicali, es de hecho el lugar más caluroso de México, alcanzando un clima de hasta 125 grados Fahrenheit (52 grados centígrados) en verano.

Comenzó como un trayecto relativamente seguro, aunque más largo (de 1,627 millas), partiendo de la Ciudad de México y dirigiéndose al Pacífico por Querétaro, Irapuato y Guadalajara. Es decir, primero se deben transportar sobre ‘La Bestia’ desde Chiapas y ya en el centro mexicano toman esta ruta alterna.

Con el paso del tiempo ‘El Diablo’ sacó las garras y empezó a significar un infierno para los migrantes: accidentes fatales, ataques, robos y abusos. Quienes han estado en sus vagones creen que aún es menos riesgoso que ‘La Bestia’, pero llegan a Mexicali cargados de malas experiencias.

A merced de los ladrones

«Es bien arriesgado. Hay muchas cosas que pueden pasar de la nada», dice Ervin Colindres, un joven de 26 años que salió de Honduras el 12 de marzo y pasó 20 días en el lomo de ‘El Diablo’. Unos 100 lo acompañaron durante el trayecto.

«Es menos peligroso y viaja más rápido, porque ‘La Bestia’ va parando en las ciudades y lo hace de golpe, y ‘El Diablo’ solo se detiene en las estaciones», comenta Ervin.

Él ha pasado los últimos días en El hotel de los deportados, un albergue para inmigrantes en Mexicali que cada día atiende a decenas de personas que van llegando por la ruta ferroviaria del Pacífico.

A Ervin ya lo han deportado en tres ocasiones. A la edad de 10 años entró a EEUU con una green card, pero un mal trámite de renovación lo dejó sin papeles en la adolescencia. Tenía 17 años cuando cayó en un operativo del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE) y lo expulsaron a Honduras. Volvió a EEUU. Pero en 2014 lo detuvieron reparando una oficina de gobierno. El pasado 8 de marzo lo deportaron por tercera vez.

Anteriormente cruzó México en autobús. Esta vez no traía dinero y abordó ‘La Bestia’ en Chiapas. Al llegar a Orizaba, en Veracruz, otro estado violento, los policías le quitaron todo lo que traía: un iPhone y 1,700 pesos (85 dólares), según su relato. Asegura que los agentes dispararon a los que huyeron, pero por fortuna no tenían puntería.

Este hondureño pensaba que en los vagones de ‘El Diablo’ las cosas serían distintas y se equivocó. Antes de llegar a Mazatlán, Sinaloa, un grupo de ladrones armados les dieron la bienvenida, brincaron desde un puente y se les acercaron gritando: «¡Hijos de puta! ¡Dennos todo el dinero!».

«Nos apuntaron con la pistola y nos empezaron a insultar. Eran cuatro con armas y uno de ellos nos revisaba los bolsillos. Ahí me robaron 500 pesos», relató Ervin.

No fue el único incidente. Entrando a Mazatlán algunas personas les lanzaron piedras, un ataque que califica de «odio contra los migrantes».

«Todavía está en coma»

En Ciudad Obregón, en el estado de Sonora, uno de sus amigos sufrió un accidente grave. «Estábamos sentados en la parte superior del vagón, pasamos por un cable de alta tensión y le pegó en la cabeza y lo dañó mucho», contó.

Como pudo, Ervin activó el freno de emergencia del tren para llevarlo a un hospital. «Estuve cinco días con él y el doctor me dijo que siguiera, porque el muchacho no respondía. Todavía está en coma», dice.

Este joven se dirige a Maryland, donde lo esperan su esposa y sus tres hijos de 3, 6 y 10 años. No se quedó en Honduras por las pandillas, porque ningún familiar vive allá y porque en EEUU logró abrir una empresa de construcción, cuyas riendas ha tomado temporalmente su esposa.

En Mexicali, Ervin sale poco para evitar que lo extorsionen los policías. Esperaba el momento para pasar la frontera por su cuenta, sin pagar miles de dólares a un coyote. «Yo solo necesito llegar a la primera ciudad (de California), ahí rento a un coche que me lleve al aeropuerto y vuelo a Maryland», dice.

El éxodo silencioso

Isabel Romero, directora de El Hotel del Deportado en Mexicali, fundado por la organización Ángeles Sin Fronteras, dice que desde 2012 notaron que los inmigrantes centroamericanos comenzaron a utilizar ‘El Diablo’. «Antes era muy poca la gente que venía en tren, ahora están llegando demasiados», señaló.

De ser un centro que atendía a mexicanos que eran deportados durante la madrugada, se ha convertido en el último reposo de los originarios de Honduras, El Salvador y Guatemala, quienes huyen de las maras y la pobreza. El día de la entrevista la mayoría de los 120 huéspedes del albergue habían usado el ferrocarril del Pacífico. Hay días en que hasta 700 personas atiborran el refugio.

«‘La Bestia’ es bien peligrosa y parece que esta ruta, aunque tardan más en llegar, es más segura. Además, la usan porque no tienen dinero para pagar otra forma de viaje», agrega Romero.

El activista Hugo Castro dice que conversando con cientos de centroamericanos que han llegado en tren a Mexicali estos le han comentado que en este lado de México «hay menos monitoreos de la Policía y ocurren menos crímenes contra los migrantes». Desde 2013, dice, notó este «éxodo silencioso».

«Por acá no hay tanta violencia en comparación con Veracruz, Tamaulipas y Chihuahua. Por este lado solo les piden 100 o 200 pesos para dejarlos pasar», mencionó Castro.

Univision Noticias solicitó una entrevista con un representante de Ferromex, la empresa que administra la ruta ferroviaria que corre a lo largo del Pacífico mexicano, pero esta no respondió. Un directivo de la compañía en Mexicali contó que son conscientes que este camino se ha vuelto popular entre los que se dirigen a EEUU.

«Hemos notado que en algunas ciudades (a lo largo del trayecto) los policías los llevan a las estaciones para que se suban al tren, para correrlos, para que se vayan a otras ciudades», dijo el funcionario.

Huyendo de las maras

La hondureña Mayra Zepeda, de 38 años, tuvo un viaje más amable en ‘La Ruta del Diablo’. Y es que ella fue parte de la caravana de migrantes centroamericanos, que comenzó el 25 de marzo y concluyó en la frontera a principios de mayo. La presencia de activistas y reporteros en el tren le ayudó a librar tantos peligros.

Pero en Mexicali le ha ido mal. El día en que habló con Univision Noticias no tenía dinero para comer ni para pagar los 30 pesos (1.5 dólares) que cada día le cobran en el Hotel de los Deportados.

Mayra trabajaba en una maquiladora en su tierra, pero los pandilleros le exigían que les diera el 25% de su salario y decidió huir para que no le hicieran nada. Teme que la anden buscando para cobrársela. «Si yo regreso esos hombres a los que no les pagué me van a hacer algo», advirtió.

Su amiga y paisana Evelyn López, de 21 años, viajó en autobús hasta la ciudad de Guadalajara y, como ya no tenía un centavo en el bolso, tuvo que abordar ‘El Diablo’. Esta joven madre también llegó huyendo de las maras. Ella agradece que no le pasó nada, aunque asegura que el viaje es muy complicado.

«Puedes dormir un ratito, pero después ya no, porque uno viene todo doblado, incómodo», dijo.

A Santos Padilla, un hondureño de 24 años, no le fue tan bien: los policías lo robaron en Veracruz y lo golpearon con una piedra en Sinaloa. Pero no se queja. Dice que la pasó peor en su país. Era chofer de bus. Su patrón no pagó la cuota que le exigían tres bandas de mareros y casi lo matan a balazos.

«Me agarraron a tiros, me aventé del bus y corrí», dice este padre de dos hijos de 4 y 5 años, quienes se quedaron en Honduras.

El joven relata de manera sincera que en su tierra la delincuencia «está perra». Aunque no conoce a nadie que le de posada en EEUU, no planea volver a Centroamérica.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *