Destruí mi matrimonio por una amante en el trabajo
Arriesgué mi vida y mi familia para ir tras una aventura, lo perdí todo. #MensajeDirecto.
Yo no medí las consecuencias de las cosas y pensé que estando juntos podríamos afrontar los obstáculos. Pero las cosas se tornaban muy oscuras.
Corrían los últimos años de la primera década del siglo XXI. Trabajaba en una importante compañía local donde tenía un cargo gerencial. No recuerdo cómo se inició todo, pero me empecé a sentir atraído por una de mis colaboradoras, sobre quien yo ejercía una jefatura. Se llamaba Daniela*, era casada, tenía dos hijos y debía reportarme directamente su trabajo.
Ella era una mujer profesional, inteligente, competente, dinámica, bonita -más no atractiva- y excesivamente diligente. Desde los primeros meses de su vinculación a la empresa dejó ver su personalidad arrolladora que casi bordeaba con un carácter fuerte.
En varias ocasiones se requirió de mi intervención por quejas que recibí debido a su alta exigencia, aunque he de decir que nunca llegó a un límite de maltrato. Con el tiempo, Daniela* y yo empezamos a tomar confianza pues, al margen de que algo en ella me atrajera, también me sentía altamente satisfecho con su desempeño y resultados.
Ella era una mujer ambiciosa. Tenía el ánimo de escalar dentro de una organización pero, eso sí, con méritos y esfuerzo propios. Nuestra relación fue, en un principio, eminentemente profesional. Sin embargo, ocasionalmente, Daniela* empezó a saludarme con beso en la mejilla y a hacerme llamadas en horas fuera del horario regular para informarme asuntos laborales que podría comunicarme al otro día.
Quizás me equivoque, pero para mí era claro que ella buscaba excusas para llamarme. Eso me atrajo y desembocó en que me empezara a fijar en su belleza física. A pesar de no ser una mujer muy atractiva, sí era bonita y tenía un tono de piel hermoso.
Ella era blanco de coqueteos por parte de otros compañeros de trabajo a quienes ya había frenado con su fuerte carácter. El punto de inflexión con Daniela*, ese punto que considero de no retorno, surgió tras un comentario que me hizo cuando conversábamos en un almuerzo. Ella me contó, así sin más, que varias veces le había sido infiel a su esposo.
Se me hizo bastante particular que alguien que jamás me había contado absolutamente nada de su vida personal, me compartiera una intimidad tan difícil de reconocer por parte de una mujer.
Ese día también me contó que en repetidas oportunidades había sido objeto de maltrato físico por parte de su marido. No lo voy a negar, ante este rasgo de su personalidad que estaba conociendo pensé que podría tener una aventura con Daniela*: ¿Si ella ya había sido infiel una vez porque no lo sería de nuevo?
Empecé a ofrecerme para llevarla cerca de su casa en mi carro. Los besitos de despedida en la mejilla continuaron y finalmente en una oportunidad terminamos dándonos en un beso apasionado con caricias íntimas dentro de mi automóvil mientras la dejaba en la esquina de la casa donde ella vivía con su esposo e hijos.
Desde ese momento me convertí en su confidente. Las revelaciones de Daniela* acerca de su desgracia matrimonial continuaron profundizándose con mayor detalle.
Según ella, el marido no trabajaba y prácticamente ella cargaba con toda la responsabilidad económica del hogar. Entre una cosa y otra, el sexo no tardó en llegar.
Daniela* era intensamente apasionada en la intimidad. Yo creí que había logrado una “aventura perfecta”. Sin embargo. la personalidad de ella empezó a cambiar, me anunció la separación de su esposo y empezó a reclamarme mayores compromisos.
Era claro que no deseaba tener el papel de amante. Nuestros encuentros sexuales se incrementaron, perdí el control y me enamoré.
En el medio, ella empezó a llamar a mi casa y a mi celular a altas horas de la noche y los fines de semana. Yo, por otro lado, me escapaba de mi rutina familiar para vernos. Fue cuestión de tiempo para que los problemas en mi hogar estallaran, pero a mí no me importaba. Daniela* y yo estábamos enamorados y dispuestos a todo.
En la empresa también empezaron los comentarios en los pasillos. Nuestro romance era la comidilla de todos, incluso fui requerido por mi jefe quien, en principio, me aconsejó que acabara con esa relación pues conocía a mi esposa y a mis hijos. Luego, aunque muy sutilmente, amenazó con despedir a alguno de los dos si esa aventura continuaba.
Yo no medí las consecuencias y pensé que estando juntos podríamos afrontar los obstáculos. Pero las cosas se tornaban muy oscuras.
Un día, por ejemplo, empecé a recibir llamadas anónimas con amenazas de muerte. Resulta que Daniela* no se había separado de su esposo y él revisó su celular y encontró los mensajes cargados de erotismo que nos enviábamos.
Al ver que ese método no le funcionó, el señor optó por amenazarme directamente a tal punto que en alguna ocasión nos siguió e intento agredirme físicamente en la calle. No lo consiguió porque Daniela* se interpuso mientras le gritaba que me amaba.
En cuestión de meses esta “aventura perfecta” se había convertido en una multiplicidad de problemas, en la peor de mis pesadillas. Y las cosas malas no pararon. Mi jefe buscó alguna excusa irrelevante para pedir mi renuncia. El peso del chisme interno y mi comportamiento imprudente le cansaron.
Ya sin trabajo, empecé a dimensionar el tamaño de las consecuencias de mi comportamiento. Mi esposa y mis hijos en preadolescencia conocían de la situación. Mi hogar estaba arruinado por mi culpa.
Quise tratar de reorganizar mi familia y busqué una formula rápida de escape de ese amor que sentía por Daniela*. Le propuse a mi esposa salir del país y ella, en medio de su desespero, aceptó. Vendimos lo que teníamos y viajamos a empezar una vida nueva. Pero la distancia no sirvió. Daniela* y yo seguíamos enamorados. No perdía oportunidad de comunicarme con ella.
En el extranjero, junto a mi esposa iniciamos un emprendimiento empresarial, pero este romance prohibido se atravesó en medio de nuestros proyectos. A los pocos meses de haber viajado, Daniela* fue a visitarme. Parecía que todo estaba dado para convertirla en mi compañera de vida, pero una conversación que tuve con un amigo me cambió absolutamente todo
El reencuentro fue más fogoso y apasionado. La llama que pensé que se apagaría con la distancia estaba más viva que nunca. La relación con mi esposa se deterioró definitivamente y finalmente nos separamos.
Daniela* seguía con su relación matrimonial al tiempo que continuaba el romance conmigo en la distancia. Su esposo, pese a enterarse de nuestra relación, había optado por reconquistarla.
Después de un año, regresé a Colombia. Daniela había reestablecido a medias su relación con su esposo, pero al enterarse de mi llegada quedamos en volvernos a encontrar. De nuevo, fue con fogosidad y apasionamiento.
Desde ese momento decidimos seguir definitivamente con nuestra relación sin importar su matrimonio. Conseguí un nuevo empleo en Colombia y parecía que todo estaba dado para convertirla en mi compañera de vida. Pero una conversación que tuve con un amigo me cambió absolutamente todo.
Él me contó que años atrás, antes de yo conocerla, también había tenido una aventura con Daniela* y en circunstancias similares. A él también le había relatado los maltratos de su esposo y los problemas económicos.
En su momento, Daniela* también quiso una relación a largo plazo con él, pero mi amigo no se enamoró como yo y lo descartó de tajo. Mientras hablábamos, mi amigo me reprochó lo tonto que había sido al destruir mi hogar con alguien “tan emocionalmente inestable” como ella.
Su revelación me llenó de rabia. En una actitud cínica de mi parte culpé a Daniela* del sufrimiento de mis hijos y mi esposa, cuando el principal responsable había sido yo.
La imagen que tenía de ella se fue al piso y nuestra relación tomo un viraje totalmente hacia lo físico y sexual de mi parte. Eso también la cambió a ella. Me celaba por cualquier motivo, con intensas demostraciones de rabia que incluso la llevaron a intentar golpearme.
Ya no quería a esta mujer para mi vida. Dejé de llamarla. Al final, después de varias semanas de no ignorar sus llamadas, opté por contestarle una para decirle que no quería saber absolutamente nada de ella. Le pedí que dejara de acosarme o de lo contrario me vería obligado a acudir a las autoridades.
Tal vez el tono de esa última comunicación con ella fue su límite. Quizás ella también se dio cuenta de este amor totalmente contaminado de dolor.
Este episodio de mi vida duró tres años y me llevó a reflexionar sobre el daño que podemos generar a nuestros seres queridos. Los hombres, en nuestro machismo, buscamos una simple “aventura perfecta” y no medimos las consecuencias de nuestros actos. No pensé en enamorarme, pero sucedió y le causé dolor a mis hijos, a mi esposa, a los hijos de Daniela* y a su esposo. Yo también mentí.
Fue una relación que no trajo absolutamente nada bueno a mi vida y creo que tampoco a la de ella. No se puede construir amor sobre el dolor de los demás.