‘Maté’ a Sara para dejar de sentirme prisionero en un cuerpo ajeno

Así ha sido la batalla del adolescente trans que estudia en un colegio femenino de Medellín.  Cuando Sara murió tenía 16 años. Llevaba casi uno diluyéndose en silencio y su partida física de este mundo era inminente. Era imposible que siguiera existiendo tal como la conocían sus seres queridos y amigos, tal como ella se había visto hasta el momento. Cuando Sara murió, en su familia quedó un sentimiento agridulce. El dolor por la partida de una hija, una hermana, una nieta, una sobrina. La alegría por ver emerger al ser que les daría la mayor lección de sus vidas. Cuando Sara murió, nació Emilio.

Emilio tiene el cabello corto y negro. Ojos marrones joviales detrás de unas gafas redondas de marco grueso. Habla con soltura y gracia. Físicamente apareció hace casi un año, pero lleva 17 en este mundo. Emilio es un adolescente transgénero, es decir, un hombre que nació con cuerpo de mujer, con el cuerpo de Sara. Sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo para que él mismo lo reconociera, lo asumiera y lo contara.
Esta historia se remonta al 24 de abril de 2002, cuando a las 34 semanas de un complicado embarazo, Lina María Monsalve dio a luz en Medellín a Sara y a Juanita Patiño Monsalve, mellizas esperadas con ansiedad por toda la familia. Las dos pequeñas niñas nacieron con dos minutos de diferencia. Esa diferencia con la que se asomaron al mundo las acompañó durante toda la vida.  Muy pronto empezaron a aflorar los contrastes entre ambas. Mientras que Juanita jugaba a las muñecas, era vanidosa, femenina y se disfrazaba de princesa, Sara prefería correr con niños, jugar al fútbol y vestirse de superhéroe. Poco a poco fueron creciendo y el disgusto de Sara por las cosas de mujeres era cada vez más evidente: odiaba los vestidos y las faldas, el maquillaje y las barbies. Cada uno en la familia veía la situación desde su punto de vista. Sara, en medio de su inocencia, vivió una infancia normal, creyendo que era niña pero con sentimientos extraños. Su hermana recuerda que chocaban mucho por las personalidades tan diferentes, pero eran unidas por su condición de mellizas. La madre se imaginaba en silencio y con gran temor que su hija era lesbiana.

“En medio de mi inocencia nunca dije que me sentía un niño, vivía mi infancia normal, jugaba con palitos a las espadas, tenía amiguitos, siempre asumía el rol masculino en los juegos con mi hermana”, recuerda Emilio. Pero la necesidad de decirle al mundo que era un niño llegó con la adolescencia.

Las primeras revelaciones

Y un día, cuando tenían 13 años, Sara explotó en una de las clases en el colegio Marymount de Medellín y les contó a todas sus compañeras que era bisexual. Las dos niñas les contaron a los padres, pero estos lo asumieron como confusión e influencia de las redes sociales. Después, la familia buscó ayuda sicológica. En medio de mi inocencia nunca dije que me sentía un niño, vivía mi infancia normal, jugaba con palitos a las espadas, tenía amiguitos, siempre asumía el rol masculino en los juegos con mi hermana

“Nosotros pensábamos de esa manera porque hasta ahí nos llegaba el conocimiento. Pensábamos que era una niña con orientación sexual homosexual y no estábamos preparados para ver a nuestra hija salir de la mano con otra niña o teniendo la intimidad homosexual”, cuenta Iván Patiño, el padre de Emilio.  Por ese tiempo, estando en la liga femenina de fútbol de Atlético Nacional, Sara conoció a una adolescente con la cual comenzó una relación que, a regañadientes, fue aceptada por la familia. Para Emilio, en ese entonces, nada era muy claro. Pensaba que era bisexual porque se había visto obligado a salir, en el cuerpo de Sara, con otros niños. Pero en el fondo, quería ser como ellos. Vestirse como ellos. Tener novia como ellos, que lo reconocieran como él.
Fue entonces cuando una idea se fijó en su cabeza. Quería cortarse el cabello, corto, muy corto. Les pidió permiso a sus padres, pero estos se negaron. “Íbamos en el carro. Le dije que iba a quedar como una machorra, como una marimacha. Ella solo lloraba, no me decía nada, se mantuvo en silencio con la cabeza recostada en la ventana”, recuerda la mamá de Emilio.

 

El día que se armó de valor y pidió apoyo

Durante tres meses, Emilio repetía cada día el deseo de desaparecer su largo cabello, pero siempre recibió negativas. María Clara Mojica, una de las sicólogas del colegio citó a los padres y les dijo que la petición era un asunto de identidad. Emilio llevaba algún tiempo investigando sobre sus sentimientos y emociones.

Se dio cuenta de que era un niño transgénero. El 8 de abril de 2018, se armó de valor y les preparó una cena a sus padres en el balcón de la casa. Les entregó una carta y un video. Los dejó solos para que se enfrentaran a la revelación.  En la misiva les explicaba que era un niño trans. Que siempre se sintió prisionero en un cuerpo ajeno, como dentro de un ascensor que lo iba dejando sin aire, les recordó lo mucho que los amaba y les pidió ayuda. El video completó su confesión: mostraba a un niño de otro país que contaba su experiencia, una similar a la que estaba viviendo su hijo.  Ese momento produjo un quiebre en la familia, pero emprendieron juntos el camino y hoy consideran que llegaron a una meta de plenitud, aceptación y amor incondicional. No fue fácil entender que Emilio, o ‘Milo’ como le dicen de cariño, había nacido en un cuerpo biológico equivocado. Pero empezaron a buscar ayuda y llegaron a la fundación Familiares y Amigos Unidos por la Diversidad Sexual (Fauds), donde los han acompañado en el tránsito de su hijo. Nosotros pensábamos de esa manera porque hasta ahí nos llegaba el conocimiento

El comienzo de la transición

La información que recibieron les permitió no solo comprender lo que sucedía, sino abrir sus mentes y vivir su experiencia desde el conocimiento, lo que permitió que fueran seguros y desarmaran fácilmente cualquier argumento o intento de discriminación.
Para Juanita el proceso fue más difícil, no quería aceptar el hecho de que su melliza ahora fuera hombre, la fundación no le interesaba y el tema transgénero la tenía hastiada. Pero, poco a poco, comprendió que el amor por su hermano es más fuerte que la apariencia física.  El acompañamiento que recibió la familia les permitió acceder a herramientas jurídicas, sicológicas, siquiátricas y médicas, procesos todos por los cuales debía pasar Emilio antes de empezar hacer un tránsito definitivo. La Personería de Medellín les ayudó a elaborar una acción de tutela, que fue fallada a su favor y ordena que el sistema de salud le garantice los medicamentos y procedimientos necesarios a Emilio, incluidas las intervenciones quirúrgicas cuando sea mayor de edad.
Mientras tanto, el adolescente ha sido sometido a procesos de hormonización y a un procedimiento para inhibir su pubertad. “Visibilizamos nuestro caso porque hemos querido desde lo educativo dar mucha claridad en el concepto de orientación sexual e identidad de género, que las personas del común no tienen claro y que hemos tenido que aprender. Somos abiertos en toda la información”, expresa el padre.

Con ello también buscan que las personas sepan que tienen todas las herramientas jurídicas y que no deben gastar grandes cantidades de dinero para lograr el proceso que ellos tuvieron. El tema también pasó por el ámbito del colegio, que es femenino: la aceptación de las directivas, el diseño de un uniforme masculino, la explicación a las compañeras de curso. Todo ocurrió paulatinamente, llegando incluso a la construcción de un baño exclusivo para Emilio. Hoy, está en décimo y sabe que se graduará allí, donde se siente seguro, apoyado y protegido. Tampoco tuvieron problemas para el cambio oficial del nombre y actualmente en todos los documentos el menor de edad aparece como Emilio Patiño Monsalve. Ha pasado un año desde aquella cena y hoy se sienten más unidos que nunca como familia. Su experiencia es modelo para otras personas que están viviendo lo mismo y se sienten perdidas. Dan charlas y conferencias en distintos eventos y sienten que con ello salvan vidas, pues están convencidos de que un niño, niña o joven que no cuente con el apoyo de su familia por su identidad de género o su orientación sexual bien podría terminar viviendo una desgracia. Con su mensaje también buscan desvirtuar la creencia de muchos de que la orientación sexual o la identidad de género de una persona son consecuencia de familias disfuncionales, padres ausentes o influencia de las redes sociales.  “Es muy claro que los valores, la disciplina y los principios no tienen género. Emilio sigue siendo el mismo niño culto y responsable, no se aprovecha de su condición para hacer lo que le dé la gana ni acá ni en el colegio”, dice la madre. La complicidad los une aún más que cuando eran Sara y Juanita. “Estamos normalizando el tema, contando que a pesar de que tenemos una familia diversa, vivimos normal y queremos demostrar que es posible vivir normal, tranquilos, jugar, reírnos como hermanos normales”, dice Emilio, quien quiere ser diseñador gráfico o publicista. Para la familia este último año ha sido un renacer. Le dieron la bienvenida a Emilio, pero el cadáver de Sara nunca fue sepultado. Su recuerdo permanece en el corazón de todos. Porque aunque aman a Emilio, Sara es eterna, memorable e imborrable.

 

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