Se volvió alcohólico y drogadicto hasta cuando lo enterraron vivo
La tierra le caía encima, se le metía por las orejas, en las uñas, se ahogaba con ella.
Tenía 45 años y sentía que todo había terminado para él. No entendía qué estaba pasando, no estaba totalmente consciente, solo sentía cómo lo estaban cubriendo con tierra en un hueco inmenso. Cerró los ojos como esperando ver la luz que creía que aparecía después de la muerte, pero cuando los abrió la que vio fue una luz neón.
La primera vez que Joaquín Plata probó el alcohol tenía ocho años. Fue un domingo de misa. Mientras su tío sacerdote presidía el encuentro, él pasaba las copas de vino y se tomaba los ‘cunchos’ de los feligreses. Le gustó su sabor dulce y desde ahí comenzó a hacerlo cada ocho días, en las cinco o seis misas en que ayudaba a su tío. Su inocencia no lo llevó a pensar que ese sería el inicio de una tormentosa vida de alcoholismo que duró 40 años. En su casa las cosas no eran fáciles, su padre tomaba mucho, consumía pastillas para manejar sus estados de ánimo, pues solía ser muy temperamental, agresivo e impulsivo. Su madre, él y sus siete hermanos debían cargar con la difícil situación. A ‘Paco’, como le dicen de cariño, lo mandaban a buscar las pastillas en la droguería. Él veía que cuando su padre se las tomaba quedaba fundido; un día las quiso probar. Tomó cuatro o cinco y no recuerda lo que ocurrió después. Al día siguiente, fue al preseminario al que había entrado a los nueve años y le dio una pastilla a un niño, se la metió en la boca, pero el menor la expulsó. Todos vieron lo ocurrido. El rector del colegio estaba dirigiendo la misa y vio que Joaquín estaba como ‘loco’. Lo llamaron y vieron que en el bolsillo tenía las pastillas, eso bastó para que lo expulsaran.
Esa experiencia lo impactó y empezó a dejar de tomar. Se cambió de colegio y entre los 11 y 14 años casi no probó el alcohol. Además, veía cómo las cosas empeoraban en su casa por los vicios de su padre, quien maltrataba a las mujeres de la casa. Paco juró que no sería como él.
Pero a sus 15 años sus amigos del barrio le dieron vino nuevamente e hizo un clic total con la bebida de nuevo. Llegar a las drogas fue en un paso. Al año siguiente unos amigos de su colegio que fumaban marihuana le ofrecieron, pero él dijo que no. Un día él y sus amigos no entraron a clase y se fueron a La Calera, en Bogotá. “Mi amigo me decía: ‘fuma, fuma’, él ya había fumado muchísimo. Yo le dije que nunca iba a probar eso. Entonces mi amigo sacó una pistola nueve milímetros, me la puso al frente y me dijo: si no fumas, te mato”. Mi amigo sacó una pistola nueve milímetros, me la puso al frente y me dijo: si no fumas, te mato Prendió varios cigarrillos con marihuana y su amigo lo drogó hasta que no pudo más, mientras se reía. A Paco le gustó lo que sintió. Meses después, ese mismo amigo le dio a probar cocaína y también le gustó. “Producía un estimulante fuerte y así podía soportar más trago. Porque a mí no me gustaba estar alegre, sino borracho”. A pesar de que vivían en el mismo hogar, sus padres nunca notaron que su hijo se estaba convirtiendo en un alcohólico y drogadicto. Sus amigos tampoco se daban cuenta de la situación empezaba a convertirse en un problema. Joaquín se emborrachaba antes de verse con ellos y seguía tomando una vez estaban reunidos. Con los amigos del barrio consumió bazuco, ellos se la daban o la conseguía con los porteros de las discotecas. Cuando terminó el colegio, a los 19 años, quiso dejarlo. Pero ya no pudo. Todo el tiempo estaba ‘enmarihuanado’. Robaba cosas de la casa y las vendía para comprar droga. Empezó a estudiar música, pues había sido su pasión desde los 6 años. Además, trabajaba con su papá vendiendo instrumentos musicales. Debido al alcoholismo, su padre perdió la línea de distribución de la marca más grande de instrumentos y Paco empezó a trabajar solo. Ganaba mucho dinero para su edad, cinco veces lo que hoy es un salario mínimo. Su padre se llenó de envidia, decía que lo había traicionado y era su enemigo.
En la foto está su madre y dos hermanos.
Foto:
Cortesía Francisco Plata
Había días en que dormía en un colchón en el baño de los vigilantes del edificio donde vivía, porque su padre lo echaba. Todo lo que ganaba se lo fumaba y tomaba, solo, en hoteles o residencias.
La empresa en la que trabajaba cerró y empezó en otra en la que le propusieron irse a Medellín. A sus 22 años no lo pensó dos veces y se fue, con el anhelo de cambiar de vida.
En la primera noche salió a conocer la ciudad y alguien en la calle gritó: ¡Tengo base, base, base! Hasta ahí llegó su impulso de no consumir. En el trabajo le fue muy bien en el primer año, trabajaba duro vendiendo instrumentos musicales para sostener su vicio. Un año después le propusieron irse a Cali para levantar la sede de allá. Allí se graduó como administrador de empresas y comenzó su propia empresa, Plata Comercializadora. Pero la rumba se intensificó. Tomaba más trago, que lo deprimía, y droga, que lo estimulaba y relajaba. Abrió dos líneas de negocio más: Pianísimo, que era de venta de instrumentos musicales y clases de música, y Compumarket, que era un supermecado de computadores. La empresa crecía aceleradamente: llegó a tener 22 empleados, 213 alumnos y tres sedes. Vivía cómodamente. Consumía droga casi todos los días. Era esclavo de sus vicios. Se tomaba hasta cuatro litros de aguardiente al día. El 70% de su salario era para eso. Desde los 15 años, solo había parado un par de meses Usted llegó muy mal, llegó muerto, estuvo en la morgue y lo tuvimos en una bandeja
“Mientras me fumaba un cigarrillo estaba armando el otro con la otra mano con una ansiedad horrible, no podía parar, lo hacía solo. No iba a prostitutas, ya no iba a rumba. La gente que bebía decía que beber conmigo era imposible, que era un caso aparte”, cuenta Paco. Su estado de borrachera hacía que perdiera citas con clientes, en un día podía perder 700 millones de pesos por fallarle a alguno. Se empezó a colgar con el pago de los empleados y empezó a ver de cerca la quiebra. Con esa situación decidió regalarle una sede con instrumentos a un amigo, socio, que le ayudó a montar la empresa. “Él sí la supo aprovechar”. En 1997 un amigo que había trabajado con él se internó en una fundación en Bogotá, buscando salir de las drogas, y su cambio fue total. Él lo animó para que también lo hiciera. Llegó a la capital y duró dos meses internado. Pero después de 20 días de haber salido tomó tres cervezas sin alcohol y se sintió borracho, así que probó media de aguardiente y luego se drogó. Se repitió el mismo desastre. Tuvo que vender lo que quedaba de la empresa para no quebrar totalmente, perdió los carros y mucho dinero.
‘Usted estuvo muerto’
En Bogotá se tomaba hasta cuatro botellas de aguardiente. Lo metía en botellas de jugos y se lo ingería mientras caminaba por las calles. Vendía cosas de su casa y en las calles pedía dinero diciendo que lo habían robado o se le había quedado la billetera. Llegó a dormir en las calles porque no tenía dinero para pagar las residencias. Bebía todos los días. Su máximo intento por no consumir duraba 15 días. Un día se montó a un TransMilenio alrededor de la 1 de la tarde y este llegó a Usme. Se bajó y empezó a caminar por un potrero, estaba perdido y borracho. Unos habitantes de calle se le acercaron con intención de robarlo, en ese momento, Joaquín se cayó al lado de un hueco. “Ellos pensarían que yo me había muerto, me metieron en el hueco y me comenzaron a echar tierra, me sepultaron”. Una señora que alcanzó a ver la escena desde la ventana de su apartamento llamó a la Policía y lo sacó de allí. Lo llevaron a un Centro de Atención Médica Inmediata -CAMI-. “Abrí mis ojos y escuché que alguien decía lo tenemos, lo tenemos, y yo vomitaba. Vi un reloj que decía que eran las 3 y unas luces de neón y dije: yo me voy. Tenía muchas ganar de beber, horrible, eso era lo único que quería. La enfermera me dijo que qué iba a hacer si tenía una sonda para orinar y yo no, me tengo que ir. Ella me dijo que a dónde si eran las tres de la mañana. Usted llegó muy mal, llegó muerto, estuvo en la morgue y lo tuvimos en una bandeja, pero le comenzamos a hacer masajes, vomitó y volvió a la vida. Dios debe tener un plan para su vida, me dijo”. Joaquín se paró, fue a la recepción y vio su nombre en unos papeles y leyó el relato que hizo la señora que llamó a la Policía. Ahí se dio cuenta que estuvo en un hueco y que lo habían enterrado vivo. Tardó tres días para quitarse la tierra de su cuerpo. Quedó muy impactado por lo que le había ocurrido, pero en su cabeza solo tenía ganas de beber. Pasaron cinco años para que lograra ese anhelo de cambiar de vida. El 14 de diciembre de 2010 salió de su casa, casi sin poder caminar, a pedirle plata a la gente y alguien gritó: ¡él es el que pide! En ese momento llevaba semanas pidiéndoles a sus vecinos dinero. La comunidad se agotó de sus súplicas y mentiras: decía que lo habían robado, que había perdido la billetera y otras decenas de engaños. Una patrulla se le acercó y se lo iban a llevar a la UPJ. Paco les dijo que vivía cerca, así que lo escoltaron y le dijeron que entrara su casa y no saliera, que si lo hacía se lo llevaban y lo dejaban cinco días allá. Él entró pero en su cabeza solo rondaba la idea de una dosis más. Se sentó en la cama, prendió el televisor y apareció un canal que se llama Enlace, pero a él no le gustaba porque hablaban unos pastores y pedían plata. Sin embargo, se quedó escuchando a tres señores que hablaban. “Uno de ellos decía: Dios puede con todo. Por ejemplo, ese señor que nos está mirando allá, al otro lado, y señaló con su dedo, está botado en una cama y en este momento quiere ir a beber trago y a consumir droga pero no puede, su vida está desgraciada, ese hombre conoce a Dios y es la vergüenza de la iglesia, de la familia y ya nadie puede con él, ha hecho mil intentos y nunca ha salido. Y yo decía wow, está hablándome a mí, y él dijo: ponte de pie y extiende tu mano al televisor y haz una oración, Dios es poderoso y él te va a sacar y yo hice esa oración y en ese instante sentí que se fue la ansiedad, y la obsesión de tomar, yo no había sentido eso nunca, temblaba y miraba mis manos y decía, yo necesito beber, pero no tengo ganas de beber y miraba el televisor y decía qué me pasó”. Joaquín todavía llora cuando recuerda ese momento, vuelve a sentir esa libertad que nunca antes había experimentado y lo ha sostenido estos casi nueve años. Los siguientes días estuvo en crisis, no comió por varios días, tenía la lengua mordida, vértigo, vómito. Tenía riesgo de un síndrome de abstinencia. Fue al médico y le dijo que tenía una cirrosis hepática crónica, diagnóstico que le habían dado tres años antes, pero él había evadido, y que se iba a morir pronto. Le mostraron la ecografía y “el hígado era una bola de carne molida, estaba destrozado y tenía un cálculo muy grande en los riñones”. Su hermano lo regañó en la clínica, dijo que él había elegido vivir así y se iba a morir en su ley. Cerró la puerta de la clínica y reiteró: usted se va a morir. “Ahí yo le dije a Dios: yo quiero vivir y no quiero volver a beber. Y le pedí que me devolviera el hígado”. Su familia regaló todo, no dejó ni un bombillo de la habitación en la que vivía, no dejó un documento ni ropa, ya estaban pensando en la cremación. Dos días después salieron los resultados de los exámenes, que arrojaban que había mejorado. El doctor no entendía, así que le hizo otra otra ecografía. “Entró a mi cuarto con las dos ecografías y me dijo: usted por qué aquí, y me mostraba la primera ecografía, no tiene hígado y aquí, mostrando la segunda, sí tiene”. Paco no podía ni hablar pues la droga le había trabado el habla, él tampoco entendía qué pasaba. Con lágrimas en sus ojos hoy dice que ese día Dios le devolvió la vida. Luego de diez días salió del hospital y volvió al grupo de Alcohólicos Anónimos, era la octava vez que lo intentaba. Entró a una fase de cuidados intensivos. Se internó e inició el programa de los doce pasos.
No iba a lugares donde las personas tomaran, evitaba cualquier situación que lo pudiera alterar emocionalmente, empezó a perdonar a su familia, a aferrarse a Dios y a interiorizar el lema que lo ha mantenido: ‘Hoy no me lo tomo, un día a la vez’. Hoy, a sus 59 años, asiste tres o cuatro veces al grupo de AA y espera hacerlo toda su vida. Camina despacio, arrastra los pies, a veces se le olvidan las cosas y no es tan hábil motrizmente; tiene que ser consciente y darle la ‘orden’ a su cerebro de voltearse cuando está dormido. No puede comer dulces ni grasas pues tiene el hígado graso. Hace tres años comenzó a trabajar de nuevo, ya no tiene los lujos que tuvo, pero vive en paz. Trabaja como gestor comercial en el área musical de una reconocida marca de instrumentos musicales y da clases de piano. Además, está en el grupo de alabanza de su iglesia. Se reconcilió con su familia, que la gran mayoría vive en Estados Unidos, y anhela casarse y construir la suya. Aprovecha cada segundo de esta nueva nueva vida que, dice, es un milagro.