Así se vive en Dinamarca, el país más feliz del mundo

Tres familias danesas aseguran que su bienestar se funda en un sistema basado en la confianza. Son las cinco y media de la mañana cuando suena el despertador en la casa de la antropóloga danesa Cathrine Joseph-Christensen, en Husum, un barrio en las afueras de Copenhague. Podría pensarse que se despierta a esa hora para llegar a tiempo a su oficina, luego de una a dos horas de viaje por una ciudad atiborrada de carros. Pero no: ella llega a su puesto en una empresa de ofertas en línea luego de media hora en bicicleta o 15 minutos en tren.

¿Para qué, entonces, levantarse antes de las 6 de la mañana?

“Primero, mi esposo y yo nos alistamos; luego levantamos a los niños y a las siete y media nos sentamos en familia a desayunar. ¡Jamás dejamos de compartir el desayuno! Luego vamos a dejar a los niños al colegio, en bicicleta”, explica Cathrine. Generalmente, los niños se acuestan a las ocho de la noche, luego de haber pasado la tarde en un parque cercano con sus padres, quienes llegan a casa a la misma hora que ellos, poco después de las cinco de la tarde. Recogen castañas, nadan en una piscina temperada, juegan fútbol, andan en bicicleta. El tiempo libre para disfrutar de la familia no se transa en Dinamarca, un país con ciudades a escala humana, donde la jornada laboral legal es de 35 horas a la semana y la gente tiene cinco semanas de vacaciones legales. Cathrine y Tom, quien trabaja en un programa de educación para refugiados de la ONU, son conscientes de lo que significa vivir en un país que siempre ocupa los primeros lugares en índices de felicidad, según el informe World Hapiness Report, elaborado por la red de Desarrollo Sustentable de las Naciones Unidas.  “Yo soy de Kenia y Cathrine, danesa, pero pasó cuatro años en Oxford. Cuando has vivido afuera, incluso dentro de Europa, sabes que este es un gran país. Es maravilloso. No tienes que preocuparte de nada. Todo está dado para vivir una vida saludable y segura”, dice Tom. “Sin embargo, muchos daneses se quejan todo el tiempo, de todo: del clima, de los arreglos en las carreteras… No son plenamente conscientes de todo lo bueno de este país”, acota Cathrine. Los daneses no se van de rumba como los colombianos. No tienen una música nacional fiestera como el mambo o el chachachá de Cuba o la salsa de Puerto Rico. La alegría, de hecho, no es algo muy suyo. “Somos aburridos, quizá algo fríos y muy orientados a la vida ‘indoor’ ”, reconoce Marie Kildetoft, quien trabaja en el departamento de márquetin estratégico de una conocida marca danesa de joyería No creemos mucho en Dios, aceptamos la vida como es, pero también sabemos que hay que trabajar duro para lograr lo que queremos. Ida Martin, arquitecta de 34 años, agrega: “Nuestro sentido del humor es seco. Si contamos un chiste, no nos reímos de forma estridente. Y tenemos una manera de pensar algo cínica: no creemos mucho en Dios, aceptamos la vida como es, pero también sabemos que hay que trabajar duro para lograr lo que queremos. No somos felices en el sentido clásico. Nuestra felicidad es más profunda. Es más parecida a la palabra satisfacción”. Y ese es justamente el sentido que el informe de las Naciones Unidas le da a la palabra felicidad. No buscan evaluar si hay mucha gente deprimida o triste, sino identificar qué tan cuidadoso y generoso es un país con sus ciudadanos, qué tanta libertad, salud, ingresos y buena gobernabilidad les ofrece. Es decir, una equilibrada mezcla de factores culturales y sociales que benefician a los individuos y al colectivo. Un ‘mix’ que Cathrine, Ida y Marie reconocen en su vida diaria. “La gente se siente reconocida y protegida en un sistema seguro”, dice Ida, quien tuvo un posnatal de nueve meses y luego, al estar sin trabajo, recibió ayuda económica del Estado hasta que encontró su empleo como directora de proyectos en un museo. Podría haber estado cesante hasta por dos años y seguir recibiendo este beneficio; pasado ese tiempo, la ayuda es menor. Además, si su hija se enferma, por ley tiene derecho a faltar a su trabajo cuantas veces al año lo necesite. Ida no tiene que pagar la salacuna. Cathrine y Marie no gastan en colegios. El ‘after school’ –donde van los niños a jugar y aprender después del colegio– sí debe salir del presupuesto de las familias y no es precisamente barato, pero las que lo necesitan reciben una subvención del Estado para ayudar a pagarlo.  La salud tampoco tiene costo. La vivienda no es financiada por el Estado y es cara, pero el sueldo alcanza siempre para un espacio digno. Estas políticas han creado un país sin grandes diferencias ni inequidades, con una gran clase media y muy poca pobreza. “Hay gente que tiene más que otra, pero los derechos son iguales para todos”, señala Marie. Pero no toda la felicidad danesa se basa en políticas de Estado como estas. De fondo, subyacen temas culturales. Como el hygge, concepto anclado desde hace siglos en la cultura de ese país que invita a disfrutar de la calidez de las cosas simples, sencillas, como una vela prendida cuando afuera nieva. Y hay más. “Aquí pagamos muchos impuestos (el 48,2 por ciento sobre las rentas personales, el índice más alto de la Unión Europea; el IVA, por otro lado, es del 24 por ciento) y lo hacemos felices, porque vemos que el sistema funciona. Todo se basa en la confianza. Si tomas el beneficio del día libre por enfermedad de tu hijo, por ejemplo, no tienes que presentar ningún certificado médico. Los daneses somos esencialmente honestos. Si viviera en un país con corrupción, por ejemplo, probablemente preferiría guardar mi plata debajo del colchón”, reflexiona Marie. Los daneses somos esencialmente honestos. Si viviera en un país con corrupción, por ejemplo, probablemente preferiría guardar mi plata debajo del colchón  El clima de honestidad que describe Marie se traduce también en un ambiente seguro, con poca delincuencia. La gente deja sus casas solas todo el día, a veces hasta con el garaje abierto, y no tiene miedo de que cuando vuelva ya no estén sus carros ahí. “Puedes regresar a las cinco de la mañana en bicicleta, y no te pasa nada. En general, sentimos que no hay nada que no podamos hacer por un tema de seguridad”, comenta Cathrine. Y las cifras la apoyan: el promedio es de un homicidio por cada 100.000 habitantes, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Además, Dinamarca ocupa el segundo lugar en el Índice de Paz Global que elabora el Instituto para la Economía y la Paz, con sede en Estocolmo. Lo que los daneses definitivamente no ven como un obstáculo de su calidad de vida es la rigurosidad del clima: nunca es razón para dejar de disfrutar la vida. Jamás dejan de andar en bicicleta ni de hacer deporte o disfrutar de la vida al aire libre por más frío que haga. Hay botas de agua en todos los jardines infantiles en caso de lluvia, y si hay una tormenta de nieve tan potente como para que la ciudad esté complemente fuera de servicio, en un par de horas todo vuelve a la normalidad.

Equidad de género

Marie, al igual que Cathrine, se levanta temprano. Ella vive en el centro de Copenhague en una casa que está en pie desde 1896, y su trabajo queda apenas a diez minutos en bicicleta. Pero su pareja, Kuno, no está ahí para ayudarla con los niños. De lunes a viernes vive en otra ciudad, a dos horas y media en carro desde Copenhague, donde trabaja como CEO en una empresa.
“Por eso tenemos un nuevo miembro en la familia”, dice Marie sobre Despina, una estudiante griega que contrató como ‘au pair’.  En Dinamarca, cuenta Marie, hay cada vez más servicio doméstico accesible para la gente. El país está lleno de mujeres filipinas o tailandesas que llegan a ayudar con el aseo y el arreglo de la casa. Marie cuenta que en Dinamarca ninguna mujer se queda en la casa a cargo de los niños, y esta fuerza laboral aumenta el PIB, lo que eleva el nivel de vida de toda la sociedad. En ese contexto, las políticas estatales de ayuda no se entienden como un apoyo para ellas, sino para las familias. Las tareas domésticas, por otro lado, se comparten por igual entre hombres y mujeres. Y no hay doble jornada para ellas, como todavía ocurre en muchos países latinoamericanos. “Cuando volvemos del trabajo, uno de los dos hace la comida y el otro se preocupa de bañar a los niños. A la hora de hacer el aseo, no hay nada escrito: nos dividimos de manera natural. A mí, por ejemplo, me gusta más pasar la aspiradora, y eso hago”, cuenta Tom, el marido de Cathrine. Esta equidad de género es para Cathrine una de los factores que hace que los daneses sean más felices y tengan un gran optimismo frente al futuro, una de las variables más importantes para el World Hapiness Report.
“Cuando hombres y mujeres tienen los mismos derechos y deberes, la vida se hace bastante más fácil”, asegura. “Nuestro único tema pendiente es que aún subsiste una diferencia en los sueldos de hombres y mujeres. Ellas siguen ganando menos por igual trabajo. Pero hay muchas discusiones al respecto y todo indica que eso cambiará pronto”, concluye Cathrine.

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