‘El sueño americano’: inalcanzable para algunos estadounidenses

Estados Unidos ha sobrevalorado el éxito económico y validado la inferioridad de algunos grupos. ‘El sueño americano’ implica la exclusión de otros. El carácter estadounidense sobrevalora el éxito económico y valida la inferioridad de algunos grupos sociales. En la práctica, implica ascender en una sociedad que considera la pobreza fruto de la negligencia individual y exige la presencia de una ‘clase inferior’, como los indocumentados. La versión más común de la historia de Estados Unidos explica el éxito de ese país como resultado de una inmigración de europeos que pudieron construir una sociedad liberada de las estructuras sociales atávicas que prevalecían en Europa. En la sociedad europea estratificada y controlada por la religión, las monarquías y las aristocracias que no permitían la movilidad social, mientras que en Norteamérica las oportunidades para los inmigrantes eran enormes. Allí las sociedades indígenas eran tecnológicamente atrasadas y el territorio era extraordinariamente rico en recursos naturales, lo que permitió que, una vez desplazados o eliminados los indígenas, los colonos pudieran tener acceso a esos recursos. En ese entorno, quienes tuvieran disciplina y trabajaran manualmente con esfuerzo podrían obtener un nivel de ingreso mucho mayor que el que hubieran logrado en Europa. Esto sin duda era un don de Dios que los hacía sentir bendecidos. La ética protestante confirmaba esos sentimientos, y reforzó el valor de la disciplina, la importancia de la familia, el ahorro y la acumulación de riqueza como demostración de haber sido escogidos por Dios.
Así, esa sociedad que no creía en la igualdad de los seres humanos permitió la introducción de la esclavitud y formas de servidumbre temporal como formas de obtener mano de obra barata. La esclavitud se concentró en las regiones sureñas con grandes plantaciones, pero también fue aceptada en otras regiones. La cultura validaba diferencias muy grandes en los derechos y libertades de los habitantes. La ilustración y el desarrollo de la educación provocaron contradicciones profundas entre la realidad vivida y las teorías que se estaban generalizando entre la élite con acceso a la educación moderna. Un buen ejemplo de esto es el hecho de que a pesar de que el Acta de Independencia preveía la igualdad de los hombres, muchos de sus signatarios eran dueños de esclavos. “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” Esta famosa declaración refleja certeramente el ethos o el ‘chip mental’ del estadounidense: Primero, reconoce una igualdad intrínseca entre los humanos en cuanto a su derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, pero no a las oportunidades que la sociedad debe ofrecerles para alcanzar esas metas. Segundo, se acepta implícitamente que estas oportunidades están determinadas por la posición social de la familia, la inteligencia, disciplina, esfuerzo y otras destrezas personales. Tercero, presenta la felicidad como el ideal que debe lograrse en la vida. La Constitución estadounidense es consistente con esa visión de la vida y del mundo y por eso no garantiza derechos positivos a la educación, alimentación, vivienda, salud, voto, transporte, etc., los cuales quedan al albedrío de cada uno de los 50 estados. La “carta de derechos” (las primeras diez enmiendas a la Constitución) garantiza libertades, a las que llama derechos. Todas estas enmiendas protegen a la ciudadanía de la injerencia del Gobierno Federal en la vida de los ciudadanos y tienen que ver con la libertad de religión y de expresión, el derecho a la privacidad y a tener armas, la protección de la propiedad, los juicios imparciales, etc. La “carta de derechos” establece límites a lo que el Estado puede hacer, pero no lo obliga a satisfacer las necesidades físicas o económicas de la ciudadanía. El sueño americano es la voluntad de tener éxito en ese entorno. Para muchos inmigrantes blancos que llegaron entre 1880 y 1920 ese sueño era sencillo: lograr un trabajo seguro, una vivienda decente, educación para los hijos, servicios de salud y transporte. Para muchos afroamericanos el sueño a partir del final de la guerra civil (1861-1865) era no ser segregados y discriminados. El crecimiento del sector industrial facilitó esos sueños proporcionando empleos que permitían que el padre de familia recibiera un salario suficiente para mantener a su esposa e hijos. Además, el desarrollo tecnológico aumentó la productividad y creó la expectativa de que cada generación debería tener un mayor nivel de ingreso y de consumo que la de sus padres. La generación que padeció la depresión de los años 30 fue muy frugal en su gasto, pero la depresión demostró la necesidad de que el Gobierno Federal creciera y promoviera políticas que mantuvieran el gasto total en la economía. Las generaciones siguientes han vivido un gran aumento del ingreso, una gran innovación y cambio tecnológico que aumentaron las necesidades de consumo de la gente. Estos factores generaron un imaginario que justifica el consumismo como un deber social cuasi patriótico para mantener el gasto y evitar depresiones económicas y que identifica la felicidad con la capacidad de consumir. Esto ha hecho que el sueño americano que en principio era tener lo suficiente para vivir tranquilo y seguro, se haya convertido en un sueño de ascender en la escala de una sociedad que valora el ascenso y reconoce que las diferencias en el ingreso y la riqueza son permanentes o se pueden agravar. De aquí que sueño americano signifique “estar arriba en una sociedad desigual”, y no “estar satisfecho en una sociedad igualitaria”. Esto explica por qué alguien como Donald Trump es admirado, especialmente por personas blancas con poca educación, para quienes él es un ejemplo que despierta esperanza y que se debe imitar. Por lo tanto, el sueño americano ha implicado la exclusión de otros. El carácter estadounidense ha sobrevalorado el éxito económico y ha validado la inferioridad de algunos grupos sociales como: los descendientes de los esclavos, los indígenas cuya ciudadanía fue negada hasta junio de 1924, los chicanos mestizos y descendientes de españoles que habían habitado los territorios conquistados en la guerra mexicano-americana (1846-1948), los chinos (amarillos) que fueron traídos a la costa oeste para construir el ferrocarril que unió las dos costas y cuya inmigración fue prohibida posteriormente por el Acta de Exclusión China de 1882. Además, el núcleo anglosajón asociado con los colonos protestantes discriminó a los blancos judíos y católicos. La gran inmigración de finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue muy selectiva y dio prioridad a los blancos europeos considerados étnicamente superiores. Aunque la legislación de derechos civiles de los años 60 fue un gran empeño por disminuir las desigualdades, los esfuerzos del Gobierno Federal han tenido que enfrentar una realidad: grupos importantes de la sociedad consideran que la pobreza es resultado de la negligencia de los pobres y de su deseo de vivir del erario, y no han permitido que se establezca un sistema de seguridad social que garantice un nivel mínimo de ingreso a cada ciudadano. De hecho, la sociedad estadounidense ha tenido una clase de habitantes inferiores o ‘de segunda’, que garantice los servicios necesarios para que el resto compita por el sueño americano. Los esclavos y luego los afroamericanos libres y otras etnias ‘inferiores’ han jugado ese papel. En décadas recientes algunos grupos han sido incorporados a los beneficiarios del sueño americano: una proporción importante de los afroamericanos y de algunos inmigrantes especialmente: asiáticos, latinoamericanos y europeos con vocación empresarial y/o con altos niveles de educación. Pero el caldero social estadounidense no ha logrado mezclar todos sus componentes para producir una crema en la que todos sus componentes se diluyan y a la gente no se la juzgue “por el color de su piel sino por el contenido de su carácter” como soñaba Martin Luther King Jr. El mito consumista del sueño americano ha reforzado la necesidad de una clase inferior. La necesidad de tener alimentos vegetales buenos y baratos se satisface con empleados agrícolas de esa misma clase. Lo cierto es que los inmigrantes indocumentados, que en las últimas décadas han proporcionado una parte importante de esos servicios, han jugado un papel de apoyo clave al sueño americano de los demás. Sin embargo, la globalización, la apertura económica y la desindustrialización de algunas regiones han impulsado cambios que han frustrado a grupos importantes que aspiraban o creían haber logrado el sueño americano.
Para estos grupos, principalmente blancos con poca educación, su sueño americano y la expectativa de lograrlo se han evaporado. Esto a su vez ha provocado un temor en muchos otros que se sienten inseguros en sus empleos y temen perder estatus económico. Para todos estos, los inmigrantes son un chivo expiatorio ideal, ampliamente explotado por Trump.
En los últimos años Estados Unidos ha padecido una epidemia de muertes por sobredosis y de adicción a los opiáceos. No es una coincidencia que en los grupos blancos empobrecidos por la desindustrialización la prevalencia de la adicción y las sobredosis sea mucho más alta que en los grupos afroamericanos e hispanos pobres.  La pérdida de estatus social acompañada por la pérdida de ingreso y la incapacidad de recuperarse ha sido devastadora para ellos. Para un blanco con poca educación que haya vivido en un entorno que legitima la segregación étnica y racial es devastador aceptar que su condición es semejante a la de un afroamericano o a la de un hispano. Infortunadamente, el sistema político no está diseñado para buscar los factores que hacen que la sociedad estadounidense sea vulnerable a los males sociales que padece. Por lo tanto, las políticas simplistas como las guerras contra la pobreza, las drogas, la obesidad y el sobrepeso, no resuelven ni resolverán esos problemas sociales.

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