Fue adoptado en Texas cuando era un bebé, pero 26 años después lo deportaron a México
Michael Polinske pensó que era estadounidense hasta los 16 años, cuando se enteró que su adopción nunca se formalizó. Ahora, desde Puerto Vallarta, está luchando para reunirse con su madre adoptiva, Maria Polinske, y sus hijos.
Se consideran madre e hijo, pero la ley de Estados Unidos no coincide con esto.
Maria Polinske, a quienes sus amigos conocen como Toni, crió a su hijo adoptivo Michael Vito Polinske desde que tenía dos días de nacido, pero ahora, 33 años después, se ven obligados a vivir en países separados y no se han visto en seis años.
Nacido en Torreón, México, en 1985, Michael se crió en Midland, Texas, y tuvo una infancia bastante típica, hasta que descubrió que no era ciudadano estadounidense después de abandonar la escuela e intentar conseguir un empleo. «Ahí fue cuando descubrí que no tenía un número de seguro social», dijo, en una entrevista en Puerto Vallarta, México, donde ha vivido desde que fue deportado en octubre de 2012.
La deportación es parcialmente culpa de Michael: fue a la cárcel después de declararse culpable de un cargo menor por posesión de drogas, aunque dice que las drogas no eran suyas. La única razón por la que se declaró culpable fue para salir de la cárcel para poder ver a su padre que se estaba muriendo de cáncer, agregó.
Su madre, ahora de 73 años, también se siente culpable por el destino de Michael.
Después de adoptarlo, junto con otras dos niñas mexicanas recién nacidas, ella y su difunto esposo nunca pudieron finalizar la adopción. Su abogado mexicano trató de extorsionarlos reteniendo sus documentos de adopción y pasaportes mexicanos para los niños. Sólo años después, un juez de Texas reconoció las adopciones.
Su historia es una lección trágica sobre los trámites legales, especialmente ahora en la era de las leyes de inmigración más estrictas y la política de ‘tolerancia cero’ del presidente Donald Trump.
Aunque los Polinske aún tienen esperanzas de reunirse, enfrentan una batalla legal costosa e incierta, que está fuera de las posibilidades financieras de ambos.
» El caso de Michael es difícil porque tiene muchas complicaciones comunes, pero todas se agrupan en una sola. Todo lo que le pudo haber salido mal, le salió mal», dijo la abogada de inmigración Elizabeth Ricci, quien ha estudiado el caso, aunque no representa a la familia.
María Polinske aún vive en la casa familiar que su esposo construyó en las afueras de Midland, Texas, rodeada de un paisaje desolado de arbustos de mezquite y yacimientos petroleros salpicados de las omnipresentes bombas de varilla o bombas de petróleo que supuran alquitrán negro.
Pero su historia comienza en el pequeño poblado rural de La Laguna, en Zacatecas. Abandonó la escuela a los 13 años después de aprender a leer y escribir, y comenzó a arar la pequeña parcela de maíz y frijoles de la familia mientras su padre trabajaba como jornalero por temporadas en los campos de algodón de Pecos, al oeste de Texas. «Éramos tan pobres que ni siquiera teníamos cabras ni pollos», recordó durante una larga entrevista en su casa en una fría mañana invernal de enero.
A los 21 años, persuadió a su padre para que la dejara ir a la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, donde trabajó como costurera, antes de aceptar un trabajo al otro lado de la frontera limpiando casas en El Paso. «Todo el pueblo se sorprendió cuando me fui. Yo era la mano derecha de mi padre, y en esos días los niños no iban a trabajar a Estados Unidos», dijo.
Después de seis años en El Paso, le ofrecieron un trabajo con una familia adinerada en Minneapolis, cuidando a tres niños. Tenía miedo de irse tan lejos y recuerda su temor en el aeropuerto de El Paso cuando se encontró con una fuerte seguridad. Resulta que su vuelo coincidió con la llegada del presidente Richard Nixon, quien estaba llegando de visita para un evento de su campaña de reelección.
Pero ella estaba contenta de ganar el suficiente dinero como para enviarles 30 dólares al mes a sus padres. Sus empleadores la trataban bien y ella se encariñó con los niños.
«Mi salvadora»
«Ella fue mi salvadora», dijo Alicia House, ahora de 57 años, quien recordó con cariño los años que pasó bajo el cuidado de Toni, su niñera. «Durante mi infancia ella fue básicamente toda mi vida. Mi propia madre no era muy cariñosa. Toni es muy maternal y fue mi madre desde los cuatro años hasta que fui a la universidad», dijo en una entrevista telefónica desde su casa en Kentucky. «Me lo hacía todo. Recuerdo cómo me cepillaba y me secaba el cabello. También me hacía trenzas. Eso me encantaba. Incluso me enseñó a hacer tortillas», añadió.
El padre de House, Cliff Whitehill, fue vicepresidente y abogado principal de General Mills, la multinacional estadounidense fabricante y comercializadora de alimentos de consumo, con sede en Golden Valley, un suburbio de Minneapolis. Era hijo de una madre mexicana, su esposa también era oriunda de Venezuela y Toni encajaba perfectamente.
Ella dejó el empleo con la familia luego de conocer a su esposo, John Polinske, en un baile. Se mudaron a Midland después del auge del petróleo de esquisto en la Cuenca Pérmica del oeste de Texas, uno de los yacimientos de petróleo y gas más grandes del país.
Pero ellos se dedicaron a arreglar y pintar casas para ganarse la vida.
Toni recuerda haberle puesto a su esposo una condición importante. «Dos niños, eso es lo que quiero», le dijo ella. «No me interesan las riquezas, sólo la felicidad», agregó.
1985: Michael, Michelle y Amanda
Él era 17 años mayor que ella y ya tenía tres hijos mayores y se había sometido a una vasectomía para evitar tener más. «Así que, dijimos, vamos a adoptar».
Viajaron a México a visitar orfanatos, pero como ambos tenían más de 40 años, todos los rechazaban. Entonces, buscaron otras opciones, a través de una iglesia. Aunque su idea originalmente era tener dos hijos, terminaron adoptando a tres, Michelle, Amanda y Michael, todos nacidos con unas pocas semanas de diferencia de madres diferentes.
Toni recordó que Michael era un bebé inquieto, que necesitaba atención. «Mi madre me decía: ‘Acércatelo a la cara, dile que su madre está aquí, que su madre está aquí’ … eso es lo que más recuerdo, aunque ahora ya pasó tanto tiempo».
Después de seis meses de trámites y burocracia, y 8,000 dólares en honorarios, un día su abogado le notificó a Toni que todo estaba completo. Todo lo que quedaba era trámites para obtener pasaportes para los niños, le dijo.
«Dijo: ‘Bueno, señora, si quiere irse, puede irse y yo la llamaré cuando todo esté listo'», recordó Toni.
En aquellos días, cruzar la frontera de México era muy fácil y los agentes de la frontera apenas revisaban el papeleo. «Así que vinimos a casa», dijo Toni, quien trajo a las dos niñas primero y luego regresó por Michael. «Mi esposo me estaba esperando en la estación de autobuses con boletos», dijo.
Pero los documentos de adopción y los pasaportes nunca llegaron. El abogado le dio un montón de excusas hasta que un día Toni lo confrontó y recibió una respuesta sorprendente. «Dijo que necesitaba empezar todo de nuevo. Necesitaba que le enviaran nuevamente a los niños, pero dijo que esta vez costaría otros 10,000 dólares», dijo.
Vida normal
Como no tenía dinero, inscribió sin muchos problemas a los niños en la escuela en Midland, Texas. La vida transcurrió normalmente, aunque a los padres les preocupaba haber dejado la situación legal de sus hijos sin resolver.
Cuando los niños tenían 10 años, los Polinske intentaron reclamar el crédito fiscal para sus hijos, pero el Departamento del Tesoro los rechazó porque no tenían un número de seguro social, según las cartas de los funcionarios que la familia compartió con Univision.
Michael se graduó de Travis Elementary, luego de Goddard Junior High antes de ingresar a Midland High. Estuvo en el equipo de fútbol. «Jugué todas las posiciones, lo que fuera. Prácticamente nunca salía del campo», dijo Michael, quien ahora tiene 33 años. Un anuario escolar lo muestra con una sonrisa en sus cachetes regordetes con los alumnos del 6º grado de la Sra. Johnson.
Tenía buena asistencia a la escuela, según los registros y certificados que guarda su madre. Los Polinske criaron pavos reales y gansos, así como carpas Koi en un estanque junto a la casa que ahora está vacía. Michael se salió de la escuela a los 16 años y comenzó a trabajar. Pero cuando pidió su seguridad social, descubrió que no tenía.
Secreto familiar
Siempre había sabido que fue adoptado, pues sus padres se lo dijeron a él y a sus hermanas a una edad temprana. Pero nadie mencionó que no eran estadounidenses.
Al principio estaba molesto con sus padres. ¿Cómo pudieron ser tan negligentes?
Con la ayuda de los Whitehill, los antiguos empleadores de Toni, a quienes ella siempre se mantuvo cercana, contrataron a un abogado y fueron a la corte. Los Whitehill consultaron a varios abogados y pagaron miles de dólares en honorarios.
Un estudio social de la familia encargado por la corte concluyó: «Ella (Toni) y John son personas de confianza, trabajadoras, laboriosas … John y Toni Polinske les han dado un hogar amoroso y estable a Michelle, Michael y Amanda durante los últimos 17 años y continúan apoyándolos».