La izquierda solo crea miseria, hambre y corrupción

Brasil cambia de color el mapa político de América Latina La salida definitiva del poder de la presidenta Dilma Rousseff es una muestra de las malas noticias que se han estado acumulando para la izquierda latinoamericana. La batalla por el impeachment de Dilma Rousseff no solo pone fin a 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil, también es un gran retroceso para la «marea rosa» de la izquierda en América Latina. Han pasado casi dos décadas desde que la izquierda avanzó y barrió con el poder en América Latina, bajo la promesa de una nueva política para un nuevo siglo. La llamada «marea rosa» -por ser más moderada que los rojos comunistas revolucionarios de la Guerra Fría- alcanzó a 15 países, comenzando por Pero fue el gigante Brasil el que verdaderamente tiñó de rosa el continente con el carismático y popular Luiz Inacio Lula da Silva y Dilma, su ahijada política, cuando el PT llegó en 2010 al poder. Lula -un exlíder sindial metalúrgico- y Rousseff -una exguerrillera que sufrió cárcel y tortura con el régimien militar instalado en 1964- cambiaron y revitalizaron la imagen de la vieja izquierda latinoamericana y su modelo fue admirado por buena parte del planeta. Combinando políticas ortodoxas y amigables con el mercado con programas sociales revolucionarios, Lula soñó con Brasil de clase media impulsado por el consumo. Aunque ese sueño se ha visto frustrado. Tuvo la suerte de llegar con el boom de los mercados emergentes de los años 2000, cuando la demanda voraz de China impulsó los precios de las materias primas, cortando la dependencia con el crédito extranjero. Cuando traspasó el poder a Dilma tras dos períodos de gobierno, Brasil registraba un crecimiento de 7,5% y más de 40 millones de brasileños habían escapado de la pobreza. En América Latina, los que superaron la línea de pobreza fueron 75 millones en una década. «Había esa sensación de que América Latina finalmente estaba emergiendo», dijo a la AFP William LeoGrande, cientista político de la American University de Washington. Pero todo se ha desmoronado, no solo para Brasil, sino para toda la región, que enfrenta su segundo año de recesión. «La ilusión era que iba a ser fácil», dijo LeoGrande a la AFP. «Pero claramente, la dependencia de las materias primas es mayor de lo que algunos pensaban». Para la izquierda brasileña, la salida de Rousseff del poder no es otra cosa que la estrategia de la derecha para recuperar el gobierno y, desde ahí, atacar los avances de los últimos 13 años en Brasil. Pero lo cierto es que las malas noticias se han estado acumulando para la izquierda latinoamericana, aunque todos los expertos coinciden en que no se puede poner en la misma bolsa los proyectos del petismo brasileño con los del chavismo o el Kirchnerismo. Mauricio Macri, de centroderecha, ganó los comicios en Argentina en noviembre pasado poniendo fin a una era kirchnerista (2003-2015). Otros reveses siguieron. En Venezuela, la oposición logró la mayoría parlamentaria de tres quintos en los comicios legislativos de diciembre. El país petrolero está al borde del colapso económico, con Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, peleando contra un referéndum revocatorio que busca sacarlo del poder. En Bolivia, el líder cocalero indígena Evo Morales perdió una consulta en febrero sobre la posibilidad de postularse a un cuarto período de gobierno, mientras en Ecuador, el economista de izquierda Rafael Correa coqueteó con la idea de un tercer mandato, pero desistió ante la caída en las encuestas. Muchos de estos gobiernos pusieron el acento en la redistribución, pero se quedaron cortos en fomentar la creación de riqueza y la inversión. Y una serie de escándalos de corrupción alimentaron el malestar entre la población. Incluso la moderada chilena Michelle Bachelet ha visto su imagen derrumbarse en los sondeos luego que su hijo fuera atrapado en un escándalo. La salida del PT de Lula y Rousseff del poder cambia definitivamente los vientos en la región. Rousseff fue acusada de autorizar gastos a espaldas del Congreso y postergar pagos a la banca pública para mejorar las cuentas y seguir financiando programas sociales el año de su reelección y a inicios de 2015. Pero en rigor la culpan por la peor recesión brasileña en 80 años y el multimillonario escándalo de corrupción de la estatal Petrobras. Lula, que podría volver al ruedo político en 2018, enfrenta ahora acusaciones de corrupción en el caso Petrobras y arriesga observar la elección presidencial desde la cárcel. Algunos de sus seguidores consideran que el Partido de los Trabajadores (PT) se volvió demasiado rosa, coaligándose con partidos que solo querían acceso a los fondos públicos para su propio beneficio. El PT «lentamente fue aislando a sus bases, interrumpió la formación de nuevos líderes, aliándose con partidos de centro y derecha para garantizar la ‘gobernabilidad’, y tuvo importantes figuras involucradas en la corrupción para cubrir los altos costos de las campañas electorales», dijo Jose Oscar Beozzo, un teólogo de izquierda, a la AFP. Si la llegada del siglo XXI fue un nuevo comienzo para la izquierda tras un siglo XX que la condenó a la marginación con golpes de estado, invasiones y gobiernos militares a menudo con el respaldo de Estados Unidos, la región puede estar ahora viviendo el surgimiento de una nueva derecha. Pese al reiterado argumento de Rousseff de que el impeachment no es otra cosa que «un golpe», la región ha transitado un largo camino desde la Guerra Fría, cuando los golpes de estado eran literales. El surgimiento de una derecha latinoamericana más pragmática comprometida con la democracia y una agenda social es algo nuevo, dijo John Coatsworth, rector de la Universidad de Columbia en Nueva York, y experto en historia latinoamericana. «Por más de dos siglos, la derecha latinoamericana era profundamente sospechosa de las instituciones democráticas y conspiraba siempre que le era conveniente para socavarlas o derribarlas», señaló. La buena noticia para la izquierda, agregó, es que la derecha nunca probó ser mejor en el manejo de las crisis económicas. Y recordó: «los partidos de centro-derecha y de derecha que se están beneficiando del colapso de la izquierda en toda América Latina sufrieron ellos mismos un colapso similar hace una década». Desde finales de la década del 90 y durante los siguientes 15 años, la izquierda latinoamericana ha vivido su ciclo de oro en el poder. Nunca antes surgieron tantos líderes carismáticos al mismo tiempo. El sueño de Fidel Castro hecho realidad. No en vano, el comandante moldeó políticamente a varios de esos dirigentes que estaban llamados a liderar gobiernos populares en sus países. Pero ese ciclo, cuyo momento fundacional bien podría situarse en la arrolladora irrupción electoral de Chávez en Venezuela, el 6 de diciembre de 1998, parece agotado hoy. Y fue también la muerte del líder bolivariano en marzo de 2013 el hito que marcó el inicio de la cuenta atrás para los gobiernos de izquierda en la región. Dos años y medio después de la desaparición de Chávez, la etapa kirchnerista (2003-2015) llegaría a su fin en Argentina tras el triunfo del derechista Mauricio Macri en las elecciones de noviembre del año pasado. Bolivia rechazó en febrero el intento del presidente Evo Morales de optar a una nueva reelección que le permitiría estar en el poder hasta 2025. El chavismo vive sus horas más bajas en Venezuela. Y Brasil observa con estupor cómo se derrumba el proyecto político de Luiz Inácio Lula da Silva ante la polémica estrategia del conservador Michel Temer de desalojar del poder a Dilma Rousseff. El giro a la derecha en la región no se detiene. Perú se debatía el domingo entre dos candidatos muy alejados del espectro de la izquierda, cuya candidata, Verónika Mendoza, no logró pasar en abril la prueba de la primera vuelta ante el empuje populista de la inclasificable Keiko Fujimori y del candidato neoliberal Pedro Pablo Kuczynski. Si este veterano ex ministro de Economía se impone finalmente a Fujimori, Perú se encuadraría sin reparos en ese eje derechista que abanderan Macri y Temer en Sudamérica. Y México también ha dado señales este fin de semana de una derechización de su electorado. El Partido de Acción Nacional (PAN), que gobernó el país entre 2000 y 2012 y salió mal parado en las elecciones de hace cuatro años, parece haber resurgido de sus cenizas. El domingo le arrebató al oficialista Partido Revolucionario Institucional (PRI) varios enclaves decisivos en el poder territorial de México. Las elecciones regionales llevaron al PAN a la victoria en Veracruz, Tamaulipas y Quintana Roo en detrimento del PRI. El otrora partido-Estado ya no es lo que era desde que fue desalojado del poder en 2000 tras siete décadas de hegemonía política. La imagen del presidente Enrique Peña Nieto ha sufrido un fuerte desgaste por la deficiente marcha de la economía y la falta de respuestas políticas a la violencia e inseguridad que sufre el país. Pero el PRI, ausente del poder precisamente durante el auge de la izquierda en la región, siempre ha sido un partido camaleónico desde el punto de vista ideológico. De su riñón nació el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que estuvo a punto de sumarse a la ola de gobiernos izquierdistas en 2006, cuando su candidato Andrés Manuel López Obrador perdió las elecciones por un puñado de votos. López Obrador, ahora al frente de un nuevo movimiento, Morena, sigue vivo y coleando, pero su pujanza electoral ha dividido a una izquierda mexicana que tiene un horizonte más complicado de cara a los comicios presidenciales de 2018. El ciclo de oro de la izquierda latinoamericana echó sus cimientos en el descontento de una población sometida durante años a las recetas draconianas del Fondo Monetario Internacional, que empobrecieron aún más a las clases desfavorecidas.  Bajo la bandera del regeneracionismo político y la inclusión social, los Chávez, Lula, Kirchner, Evo y compañía (cada uno con su propio estilo) se mostraron durante años invencibles en las urnas. El viento de cola de la economía les favoreció, gracias especialmente a la alta y sostenida cotización de las materias primas en los mercados internacionales.  Pero el desgaste de los años de gobierno, sumado a la reciente recesión económica y a los numerosos casos de corrupción que fueron empañando la imagen de algunos de esos dirigentes, ha dejado el camino despejado para el avance de una derecha ávida de poder.

 

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