Odisea de una familia cubana para llegar a Estados Unidos
Temiendo un cambio en las leyes migratorias de Estados Unidos, los cubanos abandonan la isla en cifras récord. Según datos oficiales, más de 50,000 llegaron a suelo estadounidense en el último año fiscal. Sentados en la cama de un hotel de estancia prolongada en Miami, una pareja cubana describe su odisea de 10 meses y cuatro países para llegar a una nueva vida en Estados Unidos. Las lágrimas brotan cuando Regla Monte Rey, de 43 años, relata sus temores por los dos hijos adolescentes de la pareja durante un peligroso viaje nocturno en barco en alta mar este verano, antes de desembarcar en una isla deshabitada cerca de la costa de Puerto Rico. “Todo el camino le estuve pidiendo a Dios que nos ayudara, y a todos los ‘orishas’ (espíritus religiosos afrocubanos), que existen en esta tierra, que nos ayudaran también”, dijo. se reunió con Monte Rey, su esposo Germán Correoso, de 59 años, y sus hijos Kevin, de 15 y Kendry, de 14 años, poco después de que llegaron a Miami a fines de julio, y realizó un seguimiento de su progreso y eventual reasentamiento en Lancaster, Pennsylvania. Su historia es típica de las decenas de miles de familias cubanas que abandonan la isla comunista cada año para aprovechar el estatus migratorio singularmente generoso que les ofrece Estados Unidos. La Ley de Ajuste Cubano ha sido objeto de crecientes críticas de antiguos exiliados cubanos en Miami, quienes dicen que está siendo explotada por los emigrantes económicos de la isla. Los temores de que podría algún día ser derogada –especialmente por la administración Trump– ha provocado un gran aumento en el número de los cubanos que llegan a Estados Unidos en los últimos meses para solicitar la residencia estadounidense en virtud de la ley. Durante el último año fiscal –entre el 1 de octubre de 2015 y el 30 de septiembre de 2016– 46,635 cubanos llegaron a los puertos de entrada a Estados Unidos buscando emigrar, según datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza. Eso es casi el doble que en 2014. Otros 30,000 cubanos emigran anualmente a Estados Unidos a través de los canales oficiales de la embajada de Estados Unidos en Cuba, ya sea a través de un sistema de lotería de visas, por reclamación familiar o asilo político. En Cuba, la ley va dejando atrás familias desgarradas, así como un éxodo de talento cubano, desde médicos hasta jugadores de béisbol. “Extraño tanto a mi hija y a sus nietos”, dijo la madre de Monte Rey, Caridad Guerrero, de 61 años, quien vive al otro lado de la calle de la antigua casa de Correoso y Monte Rey en Vieja Linda, un barrio de clase trabajadora, de calles llenas de baches, en las afueras de La Habana. “Esta separación ha destruido mi vida. Me gustaría visitarlos (en Estados Unidos), pero no vivir allí. Soy feliz aquí en Cuba”. Correoso y su esposa salieron de Cuba en septiembre de 2015 junto a sus hijos con destino a Estados Unidos, pero sin una clara idea de cómo iban a llegar aquí. Para financiar el viaje, los dos exprofesores vendieron todas sus pertenencias, incluyendo la casa y el auto. Armados únicamente con sus pasaportes, un poco de dinero y una férrea determinación, la primera etapa involucró un vuelo por el Caribe, pero en dirección opuesta a su destino final. En lugar de volar al norte hacia Miami, apenas a 200 millas de las costas de La Habana, se dirigieron 2,000 millas al sur hacia Guyana, una pequeña nación tropical en la costa de América del Sur, uno de los tres únicos países del mundo que no requieren visas para los cubanos (los otros dos son Trinidad y Rusia). Tras aterrizar en la capital, Georgetown, no perdieron tiempo en encontrar un autobús que los condujo 14 horas a través de la jungla 250 millas al sur hasta la frontera con Brasil. Una vez cruzada la frontera, tomaron un taxi a la ciudad de Boa Vista, y luego otro avión a la capital, Brasilia. A diferencia de otros cubanos que este año han hecho el peligroso viaje por la selva del Amazonas hacia Colombia y luego a través de la impenetrable selva de Darién hacia Panamá, la pareja buscó otras opciones. “Toda la región de América Central estaba llena de un enorme número de cubanos que tenía las mismas intenciones que nosotros”, dijo Correoso. “Esa posibilidad comenzó a cerrarse cuando Nicaragua primero, y luego Costa Rica y Panamá, empezaron a cerrar sus fronteras a los cubanos”. La familia pudo obtener permisos temporales de trabajo en Brasil. La pareja consiguió empleo lavando platos en restaurantes, mientras que los muchachos estaban en la escuela. Quedarse en Brasil no era una opción para ellos. “Nos preocupaba mucho la seguridad. Es muy diferente a lo que estamos acostumbrados en Cuba”, dijo Monte Rey. Pasaron los siguientes nueve meses tratando de decidir la próxima etapa del viaje, y finalmente se decidieron por otra trillada ruta de contrabandistas. Con la ayuda de amigos y familiares en Estados Unidos, compraron boletos de avión en julio para volar a Port-au-Prince, la capital de Haití. Después tomaron un pequeño avión a la segunda ciudad de Haití, Cap Haitien, en la costa norte, donde fueron recibidos por contrabandistas quienes durante la noche los guiaron a través de la frontera con la República Dominicana. “Caminamos y caminamos por montañas y dos ríos, escondiéndonos todo el tiempo. Había dos guías que nos ayudaron, era una noche sin luna, oscura”, dijo Correoso. Pasaron 12 días en República Dominicana, caminando hacia la ciudad balneario de La Romana en la costa sureste, donde pequeñas y estrechas embarcaciones de contrabandistas con motores fuera de borda, conocidas como ‘yolas’, ofrecen viajes por el peligroso Canal de la Mona, una concurrida ruta marítima que separa la República Dominicana del territorio estadounidense de Puerto Rico. A mitad de camino, a una distancia de 70 kilómetros, se encuentra la pequeña y deshabitada isla de La Mona, que pertenece a Puerto Rico. La familia sabía que el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos mantiene una reserva natural allí y que, como cubanos, serían bienvenidos. Partieron al atardecer, 16 personas hacinadas en la embarcación abierta, sentadas en filas, sin cubiertas o camarotes donde refugiarse. El Canal de la Mona es famoso por su fuerte oleaje y sus corrientes. Conforme se alejaban de la costa, el mar comenzó a zarandear la embarcación. “Fueron las ocho horas más difíciles y peligrosas que he enfrentado en mi vida”, dijo Correoso. “Las olas crecían y hubo un momento en que creímos que no lo íbamos a lograr. Pensé que el bote iba a hundirse. Mi hijo menor junto a mí me agarraba firmemente, los agarré del brazo a él y a su madre. Teníamos al otro muchacho sentado en el fondo de la embarcación entre nuestras piernas”. Desembarcaron en la isla de La Mona antes del amanecer del 26 de julio. Agotados y aliviados, se sentaron en la playa hasta que salió el sol, antes de ir en busca de los guardacostas estadounidenses. Horas más tarde, después de recibir alimentos, se encontraban en un helicóptero estadounidense camino a San Juan. La siguiente parada era Miami. Los periodistas se reunió con Correoso, Monte Rey y los chicos tres semanas después de su llegada a Miami, en un hotel cerca del aeropuerto de Miami, donde estaban alojados bajo un programa federal para emigrantes cubanos administrado por organismos de ayuda de la iglesia. Estaban esperando el anuncio de su última reubicación a Lancaster, Pennsylvannia, donde el Servicio Mundial de Iglesias, una agencia protestante de servicios de inmigración y ayuda a refugiados, los estaba ayudando a reubicarse. Eso incluía ayuda para llenar papeles migratorios, incluyendo una solicitud de residencia permanente en Estados Unidos –la famosa ‘tarjeta verde’– y beneficios sociales, incluyendo tres meses de alojamiento y comidas. La pareja cubana formada por Germán Correoso y Regla Monte Rey se acostumbra a su nueva vida en Lancastes, Pensilvania. El hotel estaba lleno de cubanos, algunos quemados por el sol de otros viajes por mar hacia las costas de Florida en balsas hechas en casa. Hacinados en una habitación con dos camas dobles, Correoso y Monte Rey estaban llenos de gratitud por la ayuda, ansiosos por seguir adelante con sus vidas. “La verdad es que ha sido una sorpresa enorme encontrar la ayuda que reciben los cubanos aquí”, dijo Monte Rey. ¿Qué los motivó a embarcarse en una aventura tan arriesgada? “Las condiciones de vida en Cuba no son fáciles y cada día se nos hacía más y más difícil”, dijo Correoso. Monte Rey daba clases de matemática y Correoso de biología antes de dejar sus empleos de $25 dólares mensuales hace unos años para buscar mejor remuneración. “Decidimos buscar profesiones que nos dieran más posibilidades. Nos fuimos de la educación”, dijo Correoso. Él obtuvo empleo como inspector en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, y luego como director de logística de la terminal de carga en el aeropuerto de La Habana y, finalmente, como administrador de los mercados agrícolas en su provincia. “En Cuba, conseguir un trabajo no es tan difícil, conseguir un trabajo que te traiga beneficios es lo difícil”, agregó. “A veces te sientes como un extraño en tu propio país porque no puedes darte el lujo de hacer cosas que otras personas hacen, como ir a cenar a un restaurante o alojarte en un hotel”. Monte Rey añadió: “Eso es lo que está ocurriendo hoy en Cuba. No creo que muchos cubanos salgan de Cuba por motivos políticos. Los cubanos prácticamente no participan en la política. Ésa es la realidad”. Aunque ninguno de los dos dijo que salieron de Cuba a causa de persecución política, dijeron que la política sí jugó un papel importante en su decisión. “Quizás estamos huyendo de un sistema que no apoyamos. Porque no vamos a ocultar el hecho de que no queremos ser comunistas, no queremos ese extraño socialismo que tenemos”, dijo Correoso. El momento de su partida también fue intensamente político, motivado por el temor de que la Ley de Ajuste Cubano pudiera pronto ser derogada. “Muchos cubanos que están emigrando a Estados Unidos temen lo que va a suceder con la ley”, dijo Monte Rey. “Todo el mundo se da cuenta de que podría desaparecer … porque no sabemos qué puede suceder después de las elecciones. Nos damos cuenta de que no estará vigente para siempre”, añadió. A pesar del importante giro que ha dado la política estadounidense respecto a Cuba durante los dos últimos años de mandato del presidente Barack Obama –que incluye el restablecimiento de relaciones diplomáticas–, Correoso dijo que poco ha cambiado en las calles de Cuba. “La gente se siente desesperada, porque ven que el tiempo pasa y lejos de solucionar algo, algunos problemas se hacen cada vez más graves”, dijo. “Cuba y Estados Unidos están todavía muy distantes, en muchas cosas, cosas irreconciliables”, añadió, refiriéndose al embargo económico de Estados Unidos, y las reclamaciones de bienes rivales, como la base naval estadounidense en Guantánamo. “Nosotros, los cubanos comunes y corrientes, nos encontramos atrapados en este conflicto. Nos sentimos atrapados”. A finales de agosto hicieron sus maletas una vez más para trasladarse a su nuevo hogar en Pennsylvania. “Cuando llegamos aquí a la casa, nos dieron un sobre. Había dinero, la llave de la casa, y un mapa para ayudarnos a encontrar los lugares importantes, como el supermercado local. Fue espectacular porque extraño cocinar”, dijo Monte Rey. “Lo única que falta ahora es el dominó para hacerlo todo aún más cubano”. Para su primera comida, Monte Rey cocinó arroz y frijoles, mientras Correoso asaba carne de cerdo. Los niños estaban deseosos de volver a la escuela, y la perspectiva del clima invernal los entusiasmaba. “Nunca he visto la nieve. Será épico poder tocar la nieve”, dijo Kendry. “Tengo mucho que aprender”, añadió. “Algún día, voy a decirles a mis hijos todo lo que me pasó. Y algún día voy a ir a Cuba y decirles a todos, a todos mis amigos, ‘Miren, pasé miles de cosas para llegar a donde estoy ahora’”. En La Habana, la madre de Monte Rey dice que su vida está vacía ahora que ellos se fueron. Su hija mantuvo sus planes en secreto y sólo lo confesó por teléfono después de que ya estaba en Brasil. Caridad apenas podía hablar con su hija en el teléfono cuando ella finalmente la llamó. “Tenía un gran nudo en la garganta y tuve que colgar”, dijo, sentada en un sillón en el portal de su casa. Para proteger la casa, ella mantiene un pequeño pisapapeles de hierro fundido en forma de arco y flecha al pie de su puerta, un símbolo del dios guerrero afrocubano Oshosi. Antes pertenecía a Regla, y su función es protegerla a ella también. Su nombre está escrito en el pedazo de papel sobre el que se asienta. Tanto la madre como la hija se iniciaron en la religión cubana de la Santería. Una enorme estatua de San Lázaro protegida por una urna de vidrio se alza contra una pared en el jardín. Fuera en la calle, algunos niños juegan en los oxidados columpios rotos de un parque, mientras otros corren calle abajo en «chivichanas» –patinetas de madera hechas en casa. Los vendedores ambulantes pasan pregonando sus productos: “Hay papas”, grita un hombre. Dos hombres ensimismados juegan ajedrez bajo la sombra de una palma, balanceando conjuntamente el tablero sobre sus rodillas. Una familia cocina una olla de cerdo recién sacrificado sobre un fuego de leña junto a la calle. En el mercado local los trabajadores recuerdan con cariño a Correoso. “Germán es un hombre muy bueno”, dijo Humberto Martínez, de 46 años. “La vida no es fácil y les deseamos lo mejor”. Gema Mora, de 33 años, recuerda a sus antiguos vecinos. “Ellos merecen estar donde está”, dijo. “Eran los mejores compadres de mi vida”, dijo. Correoso y Monte Rey son los padrinos de su hija de cinco años Leancy. La niña sonrió cuando se mencionaron sus nombres. “¿Cuándo el avión me va a llevar a mí también?”, dijo. Caridad extraña llegar a casa de su trabajo en un café para preparar merienda de Kevin y Kendry después de la escuela. Los muchachos veían dibujos animados en la televisión mientras esperaban que sus padres llegaran a casa. Ella estaba muerta de preocupación después de que ellos se fueron, pues ya había escuchado demasiadas historias de familias perdidas en el mar, o separadas durante muchos años. Estuvo hospitalizada dos veces debido al estrés y a la diabetes. También tenía fuertes convicciones sobre la emigración ilegal. “Prefiero que la gente no se vaya de esa forma. ¿Por qué arriesgarse?”, pregunta. Caridad Guerrero junto a sus vecinos en Vieja Linda: Leancy Osorio Mora (5), su hermano Samuel y la madre de ambos niñis, Gema Mora Ibanez (33). Leancy es la ahijada de Regla, la hija de Caridad, que emigró a EEUU este año. «¿Cuándo vendrá a buscarme el avión a mí?», pregunta Leancy. David Adams / Univision “Tuve la suerte de que Dios ayudó a mi hija y a mis nietos. Me contaron de las ocho horas en el mar, y las olas. Dios no quería que les ocurriera nada”, dijo, sentada en un sillón con el perro de la vecina en su regazo. “Lo más importante es que están vivos”. A ella no le preocupa mucho el futuro. “Son personas inteligentes y educadas. Son profesores, así que creo que les irá bien”, dijo. A Caridad le gustaría visitar Estados Unidos algún día. Pero sólo visitar. Comprende que no será fácil obtener una visa debido al riesgo de que se acoja a la Ley de Ajuste. “Espero que algún día nos permitan, a nosotros los viejos, ir y venir, para que cualquiera que lo desee pueda visitar a su familia. Algunos pueden querer quedarse, pero otros no quieren, sólo quieren pasar un tiempo con sus familias”. «Me gustaría ver a mis nietos, así que si un día me muero al menos puedo decir ‘Los vi una vez’”. Aunque lamenta su suerte, tiene pocas quejas sobre la vida en Cuba. “No es tan malo aquí”, dijo, señalando que no tiene que pagar por el cuidado de su diabetes. Su salario mensual de 16 dólares no alcanza para mucho más que pagar la factura de electricidad y agua. Pero ella no necesita mucho. “El que no come en este país es porque no trabaja. Aquí hay trabajo para las personas que se esfuerzan”, dijo. “Hay lugares peores. Mire lo que está sucediendo en Brasil y Venezuela”, agregó, destacando la violencia política, protestas y denuncias de corrupción. A pesar de todo, Correoso y Monte Rey dicen que Cuba siempre será su casa. “Nos encanta nuestro país, y nunca nos vamos a olvidar de Cuba. Nunca hemos dicho que no volveríamos nunca”, dijo Correoso. “Tampoco queremos dejar de ser cubanos, ni que nuestros hijos no sean cubanos. Queremos seguir siendo cubanos hasta el final”. Luego Germán hizo una pausa y se aclaró la garganta. “Y si algún día Cuba mejora y cambian las cosas, con mucho gusto regresaríamos a nuestra patria”. Tanto Germán como Regla ahora tienen trabajos de medio tiempo en Lancaster en una empresa de venta de ropa en Internet. Pronto tendrán entrevistas para empleos de tiempo completo. Ahora están pagando su propio alquiler y ya no reciben beneficios federales. Y compraron un auto, un Mitsubishi de segunda mano. Hubo 11 grados bajo cero el pasado fin de semana en Lancaster. Los niños, ahora de 15 y 16 años, vieron su primera nevada.