Así cayó Trump en la trampa de su rival

El aspirante republicano habló más de sí mismo que de los problemas de los votantes. No superó la prueba de Reagan o George W. Bush. El ego desmesurado de Donald Trump lo empujó a ganar las primarias republicanas contra todo pronóstico; y ese mismo ego desmesurado lo empujó hacia el precipicio en su primer debate presidencial.  El candidato no arrancó mal: presentó a su rival como una política ineficiente, subrayó su discurso populista y recordó las propuestas proteccionistas que le han ayudado en ciudades destrozadas por el declive industrial. Pero la disciplina del candidato empezó a resquebrajarse cuando su adversaria le recordó que había construido su fortuna sobre un préstamo millonario de su padre. “Empezó su negocio con 14 millones que le prestó su padre y cree que ayudar a los ricos es bueno”, dijo Hillary Clinton. Era un anzuelo que no habría mordido Mitt Romney hace cuatro años. Trump enseguida lo mordió. El moderador preguntó a Trump cómo devolvería a Estados Unidos los empleos que se habían esfumado durante las últimas décadas, pero no aprovechó la pregunta para hablar de sus propuestas económicas. Corregir lo que su adversaria había dicho sobre sus orígenes era más importante que los problemas de sus votantes. Nada era más importante que Trump. Clinton enseguida se dio cuenta de que no había nada tan efectivo como disparar contra el ego de Trump y fue salpicando sus intervenciones de referencias personales sobre los impuestos del candidato, sus ganas de hacer negocio con la crisis inmobiliaria o la denuncia que recibió su empresa por discriminación racial. El candidato republicano mordió todos los anzuelos y tomó una decisión arriesgada: convertir el debate en una conversación sobre Trump. ¿Llegaría preparado al debate? ¿Sería capaz de exponer sus propuestas en detalle? ¿Metería la pata al hablar de política exterior? Muchos espectadores se hacían esas preguntas antes del debate. A la luz de lo que se vio aquí en Hofstra, es difícil que ahora tengan mejor opinión de Trump. Las cifras apuntaban que el candidato debía abrazar una estrategia distinta: presentarse como un republicano genérico, ofrecerse a esa mayoría de ciudadanos que quieren un cambio y pasar de puntillas sobre su carácter, que muchos de sus votantes consideran problemático y que por ahora no le ha ayudado a superar a su rival. Nada preocupa a los votantes de Trump como su temperamento. Un tercio dicen que es lo que más les preocupa del candidato, según las cifras de Pew Research. Por eso el debate fue tan dañino para el millonario neoyorquino: porque les recordó a los indecisos, a las mujeres y a los republicanos moderados el peor estereotipo de Trump. El candidato Trump no fue capaz de explicar por qué no quería hacer públicos sus impuestos y gritó “¡Incorrecto!” cuando su adversaria recordó (correctamente) que se había pronunciado a favor de la invasión de Irak. Presumió de sus quiebras y de su olfato al intentar hacer negocio con la crisis inmobiliaria en la que perdieron sus casas millones de personas. Puso cara de póker cuando su rival dijo que había llamado “cerdas” y “perras” a las mujeres y se vio obligado a decir que no sería el primero en lanzar la bomba nuclear. Hubo un momento en el que el candidato habló expresamente sobre ese carácter: “Mi activo más importante es el temperamento. Sé cómo ganar y ella no sabe cómo ganar”. La segunda parte de la frase puede encontrar eco entre ciudadanos cansados de los errores y las discusiones de la política tradicional. La primera parte es un problema para el candidato: muchos de sus seguidores nos dicen en sus mítines que votarán por él a pesar de su carácter, no porque estén contentos con él. Trump llegaba al debate con un objetivo esencial: convencer a millones de ciudadanos de que tenía el temperamento necesario para ser presidente. Ronald Reagan y George W. Bush se sometieron a un desafío similar en 1980 y en 2000. Es cierto que ambos habían ejercido durante años como gobernadores. Pero muchos ciudadanos desconfiaban de su ideología o de su preparación. Clinton y Trump intercambiaron sus muy diferentes visiones de país durante primer debate presidencial  Tanto Reagan como Bush superaron la prueba y ganaron en noviembre. Ni uno ni otro habrían llegado a la Casa Blanca si no hubieran disipado las dudas que suscitaba su candidatura en un debate presidencial. El entorno de Trump desveló que el candidato apenas había ensayado para el debate. Esa falta de preparación quedó clara en sus respuestas. Trump llegó a decir que China debía invadir Corea del Norte y confundió las cifras del acuerdo con Irán. Quizá la clave de lo que iba a ocurrir estaba escrita de antemano en el marcador del estadio de la Universidad de Hofstra: “La voluntad de ganar no es nada sin la voluntad de prepararse”. Clinton preparó a fondo el debate y logró poner el foco sobre el punto débil de su adversario: su carácter. Trump improvisó, recicló muchas frases de sus mítines y habló más de sí mismo que de los problemas de los votantes. Por eso perdió.
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