Cómo los traumas de la infancia producen deseos de pertenecer a grupos de odio
Habitualmente quienes integran estas sectas han sido víctimas de abuso, acoso escolar o maltratos durante la niñez, y formar parte de ellas les brinda un sentido de pertenencia e identidad. Luego del controvertido discurso del supremacista Richard Spencer en Florida, revisamos este fenómeno. Hay 917 grupos de odio conocidos en los Estados Unidos, un número que ha ido aumentando en los últimos dos años. Lydia Zuraw/KHN Gritos que entonaban «Nazis, váyanse a casa!» y «¡vergüenza, vergüenza!» se escuchaban cuando Angela King y Tony McAleer se unieron a otros manifestantes en una protesta por la “libertad de expresión” en Boston, a finales de agosto. McAleer y King permanecieron en silencio. Sus carteles hablaban en su nombre: «Hay vida después del odio». Ambos lo saben por experiencia porque ellos mismos fueron jóvenes extremistas, antes de fundar la organización sin fines de lucro Life After Hate para ayudar a ex-supremacistas blancos a reiniciar sus vidas. Oírlos hablar de su pasado muestra lo que puede estar en la mente de aquellos que se unen a grupos marginales de extrema derecha, cuyas acciones han encendido furiosas pasiones a lo largo del país. ¿Qué piensan? ¿Son todos verdaderos creyentes? ¿Cómo llegan a ese punto? Los rostros descubiertos de estadounidenses de la supremacía blanca y el neonazismo se transmitieron por televisión y por Internet para que todos pudieran verlos en la marcha «Unite the Right» en Charlottesville, Virginia, que terminó con violencia y con una persona muerta. Las fuerzas que los motivaron no son nuevas. Hay 917 grupos de odio en Estados Unidos, cifra que ha aumentando durante los últimos dos años, según datos del Southern Poverty Law Center. El centro atribuye la tendencia en parte a los puntos de vista extremistas expresados durante la campaña presidencial de 2016. «Sentí poder donde antes me sentía impotente. Tuve un sentimiento de pertenencia cuando me sentía invisible», confiesa Tony McAleer quien durante 15 años fue reclutador para White Aryan Resistance. Melissa Bailey/KHN
Apariencia más sutil
Pero la gente no percibe las creencias de los grupos extremistas de la misma manera. El término alt-right, que se refiere a un grupo poco organizado que se desarrolló en respuesta al conservadurismo tradicional y que se ha asociado con el nacionalismo blanco y el antisemitismo, no era conocido por la mayoría de estadounidenses a finales de 2016, según una encuesta del Pew Research Center. Esa misma encuesta también reveló que la familiaridad con ese término aumentaba según el nivel de educación del entrevistado: cerca de tres cuartos de los que tenían estudios de postgrado lo reconocieron, al igual que alrededor del 60% de los egresados universitarios. En contraste, apenas cerca de un tercio de los que sólo habían cursado la educación secundaria había oído de él. Los expertos que estudian el comportamiento humano atribuyen el discurso del odio más a problemas profundos de personalidad, que a una enfermedad mental diagnosticable. Pero también están intrigados por la forma en que el movimiento de la supremacía blanca está cambiando en el siglo XXI. Los conocidos símbolos racistas de túnicas blancas y capuchas, o cabezas afeitadas y antorchas, han dado paso a una apariencia más sutil para la generación del milenio. Con tensiones cada vez mayores, hay un renovado interés en explicar cómo las mentes se inclinan hacia el odio. «Sentí poder donde antes me sentía impotente. Tuve un sentimiento de pertenencia cuando me sentía invisible», confiesa McAleer, de 49 años, sobre su atracción hacia el nacionalismo blanco que lo llevó a pasar 15 años como reclutador de skinheads y organizador de la White Aryan Resistance. «Me golpearon a diario entre mis 10 y 11 años en una escuela católica para varones», cuenta McAleer, quien era un niño de clase media de Canadá, lo que le dejó con «un sentido de identidad poco saludable». King, de 42 años, creció en el sur de la Florida y se inclinó hacia el nacionalismo blanco cuando era niña. Aprendió insultos raciales de sus padres. A medida que crecía, se cuestionó su identidad sexual y sintió que no encajaba. A los 12 un acosador en la escuela le rasgó la camisa, exponiendo su sujetador y humillándola delante de sus compañeros de clase. «En ese momento decidí que, si yo me convertía en la acosadora, nadie podría volver a hacerme eso», dice. Así, a los 15 se transformó en una skinhead neonazi, y a los 23 fue condenada a tres años de cárcel por un crimen de odio. King tenía un tatuaje de una esvástica en su mano derecha; ahora lo cubrió con la imagen de un gato. Los jóvenes con un pasado problemático son especialmente vulnerables, explica el psicólogo Ervin Staub, de Holyoke, Massachusetts, quien es profesor emérito de la Universidad de Massachusetts-Amherst y estudia los procesos sociales que conducen a la violencia. «¿Por qué la gente se uniría a esos grupos? Por lo general, implica que no encuentran ninguna otra forma socialmente aceptable y significativa para satisfacer necesidades importantes: de identidad, de ser útiles, de sentirse conectados», dice. Agrega que “generalmente se trata de personas que sienten que no tendrían éxito, o la oportunidad de tener éxito, a través de canales normales de éxito en la sociedad. Pueden provenir de familias que son problemáticas o de familias donde están expuestos a este tipo de puntos de vista extremos sobre la superioridad y el nacionalismo blancos. Si no siente que tiene mucha influencia y poder en el mundo, obtiene una sensación de poder al ser parte de una comunidad y especialmente de una comunidad bastante militante».
De víctimas a victimarios
Un informe del National Consortium for the Study of Terrorism and Responses to Terrorism (conocido como START) reveló que en un grupo de ex miembros de grupos violentos de supremacía blanca, casi la mitad (45%) reportó haber sido víctima de abuso físico infantil y cerca del 20% dijo haber sufrido abuso sexual cuando eran niños. Un estudio del sociólogo Pete Simi, de la Universidad Chapman en Orange, California, sugiere que las influencias sobre estos seguidores pueden estar relacionadas más con los lazos sociales del grupo, que con la ideología. Simi, un experto en violencia y grupos extremistas que ha entrevistado a cientos de antiguos creyentes, co-escribió “American Swastika: Inside the White Power Movement’s Hidden Spaces of Hate” junto al sociólogo Robert Futrell de la Universidad de Nevada-Las Vegas. Ahora que estos grupos están cortejando a los millennials, han cambiando su imagen, explica Futrell. «Es un intento por alejarse del pasado cuando la imagen de un supremacista blanco en todas nuestras mentes era Ku Klux Klan con una capucha y una capa o un neonazi con la cabeza afeitada y los tatuajes. Eso ha ido cambiando en la última década». Los grupos que abogan por la superioridad blanca siempre han atacado a «personas jóvenes e impresionables que son solitarias o tienen un pasado traumático», aclara Futrell. «Lo que es diferente ahora es la variedad de formas con las que el movimiento de poder blanco las está atrayendo. Internet es una bendición para aquellos que son estigmatizados y se sienten relativamente impotentes». El alt-right ha ganado el poder en Internet, ya que sus defensores usan Twitter, YouTube y otras plataformas de redes sociales para difundir su mensaje. Un estudio de 2016 de la Universidad George Washington encontró que los nacionalistas blancos son grandes usuarios de Twitter. Sin embargo, aunque la organización se ha vuelto virtual, el poder de una multitud en la vida real también fomenta los comportamientos, señala Pamela Rutledge, psicóloga de medios de comunicación y directora del Media Psychology Research Center, una organización sin fines de lucro con sede en Newport Beach, California. «Hay una larga historia que comienza con (el psicoanalista Sigmund) Freud sobre el impacto del comportamiento de una multitud y la mentalidad de esa multitud», explica Rutledge. «La gente renuncia a la identidad individual para apoyar la norma del grupo y la afiliación con el grupo y termina comportándose en formas que no se comportaría individualmente» En tales conflictos las señales naturales que la gente utiliza para entender el comportamiento apropiado se sesgan. «No es sorprendente en una situación que crece en tensión, cuando la gente está al borde, que alguien haga un movimiento agresivo y eso sea una señal para otros de que está bien usar la violencia», cuenta. La psicóloga forense Laurence Miller, de Boca Raton, Florida, asegura que hay un malentendido acerca de las motivaciones de quienes se unen a los grupos marginales, que tienen una ideología y buscan un grupo cuando, en realidad, es al revés. «La gente escogerá el sistema de creencias que mejor se adapte a sus personalidades y sus identidades». Pero enfatiza que los humanos son complejos. En el sur profundo, era común que ciudadanos ilustres (alcaldes, sheriffs y jueces, entre otros) fueran miembros del KKK. «Puedes tener gente que se ponga una capucha y marche con una antorcha y lleve a sus hijos al parque», dice Miller.