COVID-19 y cáncer: un enigma

Es raro que pase un día sin que yo escuche esta súplica de un paciente con cáncer:

“Mi sistema inmune está comprometido y si me agarra el COVID seguramente muero. Dígame qué puedo hacer”.

Muchos pacientes con cáncer posponen o abandonan su quimioterapia para evitar contagiarse en medio del tratamiento. Pues la buena noticia es que la situación no es tan mala como piensan. De hecho, los datos que se asoman gradualmente en la literatura médica son asombrosamente favorables.

Los datos iniciales de China e Italia sugerían un mal pronóstico para cualquier paciente con cáncer que adquiriera COVID-19. Yo siempre tuve dudas en cuanto a esta inferencia porque el cáncer no es una sola enfermedad, son cientos de diferentes tipos de tumores con enormes diferencias entre sí. El tema de la oncología es más complejo que lo que muchos se imaginan.

Por ejemplo, la situación de un paciente con cáncer de próstata detectado tempranamente y que lleva 20 años libre de enfermedad, es muy diferente al de uno con cáncer de pulmón recién diagnosticado con metástasis al hígado. Tampoco me parecía lógico colocar en la misma canasta a los pacientes de cáncer que están recibiendo tratamiento, mezclándolos con aquellos que han terminado su tratamiento ya. Finalmente, la terapia para cáncer va desde la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia, hasta la inmunoterapia. Además, ahora tenemos nuevos tratamientos que denominamos terapia biológica. ¿Cómo afecta cada una de estas modalidades de tratamiento al paciente oncológico infectado con COVID? Pues finalmente tenemos datos que responden a todas o casi todas estas interrogantes. Hay tres importantes publicaciones científicas que tocan este tema.

Estamos todos al tanto de los estragos que causó el coronavirus en la ciudad de Nueva York, donde está localizado uno de los hospitales de cáncer más importantes del mundo, el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, el cual estuvo hasta hace poco desbordado con pacientes de cáncer que habían contraído COVID. Ellos acaban de publicar en la revista Nature Medicine su experiencia con 423 enfermos de COVID-19 y cáncer. Los diagnósticos cubren la gama entera de la oncología, desde leucemia hasta cáncer de próstata.

Lo primero que debo destacar es que la mortalidad fue de un 12%. De primera impresión, esto parece alto, ya que usualmente la mortalidad por COVID-19 en la población general ronda un 5%. No obstante, uno de los factores que sabemos está asociado con la mortalidad por COVID-19 es edad avanzada. La edad de los pacientes con cáncer siempre es mayor que la de la población general, por tanto, no es justo comparar estos dos grupos sin ajustar para el factor edad. Cuando hicieron esto, para mi sorpresa, la mortalidad de aquellos con cáncer que tenían 75 años o más fue menor que la del resto de pacientes de Nueva York con COVID, pero sin cáncer. Por otro lado, la mortalidad de aquellos menores de 75 fue prácticamente idéntica a los casos sin cáncer. Los autores no ofrecieron una explicación convincente para este hallazgo que comentaré en detalle más adelante. Otro dato muy interesante es que los pacientes que recibieron inmunoterapia con fármacos conocidos como inhibidores de los puntos de cotejo (“immune checkpoint inhibitors”), tuvieron más complicaciones respiratorias. Sin embargo, los que recibieron quimioterapia experimentaron menos de esas complicaciones. Más adelante explicaré esto en el contexto de los otros dos estudios.

El segundo manuscrito fue publicado en la revista Lancet, donde describen los resultados en 928 pacientes provenientes de varios centros de cáncer de Estados Unidos. Los hallazgos en este estudio se asemejan a los reportados por el grupo de Memorial Sloan Kettering. La edad avanzada y el sexo masculino se asociaron más comúnmente con un desenlace desfavorable. En los pacientes que recibieron quimioterapia, la mortalidad fue de 14%, idéntica a los que no recibieron quimioterapia, pero el hallazgo más fascinante fue que solo 8% de los pacientes que recibían quimioterapia terminaron en un ventilador, comparado con un 14% de los que no recibieron esa terapia.

El tercer manuscrito, publicado en British Journal of Haematology, proviene de varios centros de cáncer del Reino Unido. Este estudio se concentró específicamente en 35 casos con COVID-19 y trastornos malignos de la sangre tales como linfomas, leucemias agudas y crónicas, y mieloma, entre otros. Comprobaron lo que ya se había descrito en los otros dos estudios en cuanto a la importancia de la edad y el número de comorbilidades como factores importantes asociados con mortalidad. De hecho, todos menos uno de los pacientes que murieron tenían sobre 75 años, sugiriendo que el cáncer no era el factor que determinaba la probabilidad de morir, sino la edad.

Sin embargo, lo que más me impactó fue el hallazgo de que los curados de COVID tenían un contaje de glóbulos blancos mucho más bajo que los que murieron. Esto es contraintuitivo, o sea, que uno esperaría que pacientes con contajes bajos como resultado de la quimioterapia, tuvieran peor desenlace y murieran más frecuentemente que los que tenían contajes normales.

Como les prometí, ahora les presentaré mi explicación para estos hallazgos sorprendentes. El denominador común de estos tres artículos que he resumido es que a los pacientes con cáncer no les va mal cuando se contagian con COVID-19, de hecho, parece que les va hasta mejor en la mayoría de los casos. La quimioterapia no agrava el problema, sino que ayuda, mientras que la inmunoterapia parece agravar la situación. ¿Por qué? Sabemos que el tratamiento con cortisona es favorable para los pacientes con COVID, si se les administra correctamente y en el momento adecuado porque es un tratamiento inmunosupresor que combate la inflamación. La quimioterapia también causa inmunosupresión. La inmunoterapia causa inmunoestimulación. Nada más con el testigo. Caso cerrado.

Pero antes de cerrar, debo comentar que todos tenemos que ayudar para que el nivel del lago Carraízo no baje más. Alguien sugirió que recomendara en mi columna una idea para combatir el problema: no bañarnos mientras dure la sequía. Nadie detectará el tufo y si lo detecta, es porque no están siguiendo las instrucciones de la gobernadora: seis pies de distanciamiento social. Además, la anosmia o falta de olfato causada por el COVID nos ayudará también.