Dilema de Romney: ¿trabajar o no trabajar para Trump?

El presidente electo podría ofrecer la Secretaría de Estado al hombre que dijo que era «un fraude. Romney ha trabajado antes con sus enemigos. ¿Lo volverá a hacer?  Republicanos como el senador Jeff Flake o el intelectual Bill Kristol criticaron muchas veces a Donald Trump durante la campaña. Pero ninguno fue tan lejos como Mitt Romney, que a principios de marzo pronunció en Salt Lake City un discurso demoledor. Romney presentó al candidato como “un fraude” y llamó a los republicanos que aún no habían votado a arrebatarle la nominación. Fue un momento insólito en la historia electoral de Estados Unidos. Los candidatos derrotados no suelen hablar durante las primarias que se celebran cuatro años después. Tampoco los presidentes que están a punto de dejar el cargo: Barack Obama mantuvo un silencio respetuoso durante la pugna entre Clinton y Sanders en 2016. La irrupción de Romney fue más llamativa si cabe por el momento elegido. Trump acababa de arrasar en las siete de las 11 primarias del primer Supermartes y tenía el segundo en el horizonte, con primarias en Florida, Carolina del Norte, Ohio, Missouri e Illinois. El exgobernador de Massachusetts no respaldó a un solo candidato sino a los tres rivales de Trump que aún quedaban en pie: a Marco Rubio en Florida, a John Kasich en Ohio y a Ted Cruz allá donde pudiera derrotar a Trump. El objetivo era impedir que el magnate lograra la mayoría de los delegados y propiciar una convención abierta en la que los delegados eligieran a otro candidato. Hubo quien llegó a decir que la intención de Romney era emerger como alternativa a Trump en esa convención abierta. Pero el millonario neoyorquino se hizo con la mayoría de los delegados y Romney permaneció en silencio durante la campaña y sólo pronunció a finales de octubre un discurso reformista sin hablar de Trump. Al contrario que otros adversarios republicanos de Trump, Romney optó por no desvelar su voto. Al estar registrado en Utah, es posible que fuera para el aspirante mormón Evan McMullin pero no apoyó su candidatura durante la campaña. Las autoridades de algunos estados cuentan los votos que reciben personas que no se presentan a la Casa Blanca. Romney recibió 540 votos en New Hampshire, donde vive durante una parte del año. Trump perdió el estado por 2.736. Romney afronta ahora un dilema difícil. El presidente electo sopesa la posibilidad de ofrecerle ser secretario de Estado. ¿Debe mantener las distancias con el hombre al que definió como “una estafa” o dejar a un lado sus diferencias y trabajar en su administración? No es una decisión fácil. La enemistad personal entre Trump y Romney es casi lo de menos. Más importantes son las pistas que el presidente electo ofreció durante la campaña sobre su política exterior. El acercamiento a Vladimir Putin está en las antípodas de las palabras de Romney, que definió a Rusia como “el principal enemigo geopolítico de Estados Unidos” y alertó contra su expansionismo militar. Como muestra el vídeo que incluyo aquí arriba, líderes demócratas como Joe Biden, Obama o Hillary Clinton aprovecharon aquella frase para mofarse de Romney y presentarlo como un aspirante que quería devolver al país a la Guerra Fría. Es posible que ya no tengan la misma opinión. Las conexiones del entorno de Trump con el Kremlin y el hackeo de los correos electrónicos de John Podesta y del Comité Nacional Demócrata siembran dudas sobre el papel de Rusia durante la campaña. ¿Está dispuesto Romney a ejecutar la política exterior de un presidente del que discrepa en un punto tan importante? Si Trump designa a Romney, lo hará contra el criterio de personas de su entorno como Mike Huckabee o Newt Gingrich, que no se fían del exgobernador de Massachusetts y advierten contra el enfado de los seguidores de Trump. “Romney no criticó su política sobre impuestos o sobre inmigración. Dirigió contra Trump ataques personales sobre su carácter, su honor y su integridad”, recordó Huckabee esta semana. “Apoyaré a quien elija Trump porque tiene el derecho a elegir. Pero yo diría que hay mucha gente que ha sido menos hostil y que está más cualificada que Romney en política exterior”. Tuits como el que incluyo aquí arriba ofrecen una idea de la cólera de algunos de los seguidores del presidente electo, que percibirían la designación de Romney casi como una traición. No sería la primera vez que Trump ofrece un cargo a una persona que lo ha criticado. Nikki Haley dijo hace unos meses que el triunfo del candidato republicano sería malo para los gobernadores. Pero dos días antes de las elecciones, Haley desveló que había votado por Trump. Quizá por eso muchos seguidores del presidente electo perciben la diferencia. Muchos han colgado tuits como éste. Como explica aquí Stephen Sestanovich, Romney debe asegurarse de algunas cosas antes de aceptar. El presidente electo debería comprometerse a no tomar ninguna decisión sobre Rusia hasta que su nuevo secretario de Estado se reúna con sus aliados europeos y ofrecer a Romney autoridad absoluta para formar su equipo de trabajo. El exgobernador de Massachusetts no debería aceptar sin saber de antemano quién será el nuevo secretario de Defensa y sin el compromiso de una reunión semanal con Trump. Quienes conocen al presidente electo suelen decir que cambia de opinión muy a menudo y que su punto de vista depende de la última persona con la que habla. Romney debería asegurarse de que habla con él. Ni siquiera esos detalles pueden ser suficientes para Romney. La incontinencia verbal de Trump es un problema para cualquiera que acepte ser su secretario de Estado. Dentro o fuera de Twitter, los excesos del presidente electo pueden tener consecuencias para su política exterior. Romney no sólo debe examinar el margen de maniobra que tendría en el cargo. También debe aceptar trabajar para el hombre al que acusó de engañar a sus conciudadanos durante la campaña presidencial. El exgobernador de Massachusetts sufrió las críticas del millonario después de la derrota de 2012. Por increíble que parezca cuatro años después, Trump dijo en esta entrevista que Romney había perdido por ser “mezquino” con los hispanos y no ofrecerles nada más que “la autodeportación”. Quienes conocen a Romney aseguran que no es una persona vengativa y que está dispuesto a trabajar con sus adversarios por el bien del país. Durante sus años como gobernador, su segunda fue Kerry Healy, que luego trabajó en el Departamento de Estado con Hillary Clinton y Condoleezza Rice. Healy dice en esta entrevista que su amigo “es un patriota” y asegura que no tendrá reparos en aceptar.  “Mitt ha mostrado una gran capacidad para trabajar con sus oponentes”, dice Healy, que cita su trabajo con el senador demócrata Ted Kennedy para aprobar la reforma sanitaria de Massachusetts, que anticipó algunos elementos de la de Obama y se aprobó en el estado en 2006. Merece la pena recordar aquel episodio porque puede aportar algunas pistas sobre la voluntad de Romney de escuchar ahora al presidente electo. Mucho antes de tomar posesión como gobernador y de ser candidato a la Casa Blanca, tomó una decisión insólita en otoño de 1993: lanzarse a la carrera para derrotar al demócrata Ted Kennedy, un senador que parecía invencible que ejercía el cargo desde 1962. A priori parecía un empeño imposible pero Romney llegó a liderar las encuestas durante buena parte de la campaña por el rechazo que despertaba el senador, que después de su primer divorcio se había abandonado a la bebida y había protagonizado algún escándalo sexual. El entorno de Kennedy derrotó a Romney a base de anuncios negativos sobre los despidos que ordenó como responsable de su fondo de inversión pero unos años después ambos hicieron las paces. Mitt invitó a Ted seis años después a visitar el templo mormón de Belmont y los dos bromearon. “Como personas nos respetamos”, dijo Romney. “Ojalá fuera demócrata”, dijo su viejo rival.  Seis años después, el gobernador Romney necesitaba los votos de los demócratas para aprobar su reforma sanitaria y pensó en Kennedy. El senador le ayudó a convencer a los legisladores de su partido y lo acompañó el día de la firma de la ley. El acto se celebró en Faneuil Hall, el lugar donde el senador había ganado el debate decisivo durante la campaña de 1994. “Es como si el Titanic volviera a visitar el iceberg”, bromeó al llegar Romney. Antes de firmar, el senador provocó las risas del público al desvelar que su hijo le había dicho que si Romney y él apoyaban la misma ley era porque uno de los dos no la había leído. El gobernador le llamó “mi colega y amigo”. ¿Ocurrirá lo mismo con Trump?1

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *