Un recuento de votos podría quitarle la presidencia a Trump

Todo listo para recontar votos entre estados claves

La candidata del partido verde pedirá el recuento en Wisconsin, Michigan y Pensilvania. El debate se ha despertado por las denuncias de expertos de seguridad sobre la vulnerabilidad de las máquinas. Jill Stein, la candidata del partido verde, consiguió este jueves el presupuesto inicial para pedir el recuento en Wisconsin, Michigan y Pensilvania, los tres estados clave en la victoria de Donald Trump. Su campaña de crowdfunding ya ha sobrepasado los 2.5 millones de dólares para sufragar los primeros gastos de la solicitud del recuento. En primer lugar pedirá el de Wisconsin, donde el plazo termina este viernes. El plazo de Pensilvania es el próximo lunes y el de Michigan, el miércoles. Son tres estados con una victoria de Trump muy ajustada: por una diferencia del 1.2% en Pensilvania; 1% en Wisconsin; y 0.3% en Michigan. Además de los costes iniciales de la solicitud, la campaña de Stein calcula que se necesitan fondos adicionales para pagar abogados por lo que está intentando conseguir 4.5 millones de dólares para sufragar todo el esfuerzo. Según Stein, no se trata de un intento de ayudar a Hillary Clinton, sino de asegurarse de “la integridad de las elecciones”. Stein fue muy crítica con Clinton durante la campaña y aseguró que la demócrata tenía un historial «aterrador». En Estados Unidos no existe ningún organismo federal independiente que controle el funcionamiento correcto de las elecciones con reglas, tipos de voto y observadores distintos según cada estado. En algunos estados, hay un recuento automático cuando el margen es de unos pocos votos. Si no sucede, uno de los candidatos a las elecciones tiene que pedir el recuento y pagar por él una factura que efectivamente está en millones de dólares. Clinton no ha pedido ningún recuento. Ni ella ni nadie de su campaña ha querido comentar sobre las peticiones crecientes de los últimos días. Al día siguiente de las elecciones, la candidata demócrata reconoció en público su derrota sin sembrar ninguna duda e insistió en subrayar que Trump es «nuestro presidente». Varios profesores expertos en sistemas electorales e ingeniería informática han presionado a la campaña de Clinton para que pida un recuento. Hablaron con la revista New York y uno de ellos publicó este miércoles sus dudas sobre las máquinas de votación en esos tres estados. Alex Halderman, el director del Center for Computer Security and Society de la Universidad de Michigan, explicó en este artículo sus temores a la interferencia de hackers rusos tras su pirateo de los emails del partido demócrata y la denuncia de Estados Unidos de que Rusia estaba intentando influir en el resultado en las presidenciales. Pero Halderman no señala ninguna prueba de la manipulación de las máquinas, sino que sólo subraya una diferencia estadística por ejemplo en Wisconsin entre condados que utilizan el voto electrónico y donde Trump ganó y condados que utilizan el papel y donde Clinton perdió. Clinton consiguió un 7% menos de votos en condados donde se utilizan máquinas de voto electrónico que en donde se recurre al papel. Varios expertos en demografía, como Nate Silver, de 538, y Nate Cohn, del New York Times, aseguran que las diferencias tienen más relación con el tipo de votantes de esos condados, por ejemplo por educación y raza (los menos educados y los blancos votaron más a Trump). El aumento de votantes blancos y con poca educación en esos tres estados coincide con el crecimiento del voto republicano en el resto del Medio Oeste, en lugares como Indiana o Iowa. “La carga de la prueba debe ser para la gente que sugiere que ha habido fraude electoral”, se queja Silver. Otro debate es cómo de fácil es hackear las máquinas de votación electrónica. Uno de los argumentos en contra de la posibilidad de manipulación es que las máquinas de votación no están conectadas a Internet y que para hackearlas habría que entrar en los colegios electorales y piratear una por una accediendo a sus códigos. Sin embargo, el profesor Halderman explica que antes de ser instaladas en sus lugares para votar a esas máquinas se les introduce material que viene de una tarjeta de memoria o un USB que viene de ordenadores poco seguros. Halderman es un reputado experto que ha demostrado la falta de seguridad en votaciones en Washington, Australia o Estonia. Sin embargo, la vulnerabilidad del sistema no equivale a que los resultados hayan sido manipulados. Halderman insiste en que una auditoría disiparía dudas y serviría para abrir un debate sobre cómo hacer más seguro el sistema de votación en todo el país. En una veintena de estados no hay obligación de que haya registro en papel de los votos así que una auditoría sería más complicada. Entre ellos está Pensilvania, donde la batalla legal de una década para conseguir que vuelva el papel ha terminado en derrota. En el caso de Wisconsin sí hay prueba en papel de todos los votos emitidos con lo que se pueden someter a auditoría. En Michigan, también hay rastro en papel de los votos. Entre los estados que no obligan a tener una prueba en papel del voto sólo hay otros entre los más ajustados, pero el margen es mucho mayor que en los otros tres: Virginia, donde ganó Clinton por cinco puntos, y Georgia, donde ganó Trump por seis puntos. El revuelo de la petición de recuentos se debe en parte a la insólita circunstancia de que Clinton haya ganado el voto popular nacional por un margen tan amplio: más de dos millones de votos y esto sin contar el escrutinio total de California, que es donde hay más votos pendientes por computar después de sumar el voto por correo y tener en cuenta posibles disputas. La divergencia entre voto popular y voto del colegio electoral ha sucedido en cuatro ocasiones a lo largo de la historia (una en el siglo XX, en 2000, y otras tres en siglo XIX), pero nunca por tanta diferencia de votos. En porcentaje de votos, la última vez que hubo más diferencia fue en 1876. Clinton ya está en 64.4 millones de votos (48.1%) frente a los 62.3 de Trump (46.5%) y puede, de hecho, llegar al mismo número de votos que Obama en 2012, cuando el presidente consiguió 65.9. Clinton fue más votada que Obama en estados como California o Texas, pero Trump logró más votos que Mitt Romney en 2012 en estados disputados como Florida, Ohio, Carolina del Norte y, sobre todo, en esos tres más sorprendentes por ser tradicionalmente demócratas: Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Los votos del colegio electoral, los que reparten cada estado y que favorecen a estados menos poblados, son los que cuentan para ser presidente. Trump tiene 306 frente a los 232 de Clinton. Para que Clinton fuera presidenta tendría que ganar los tres estados donde Stein solicita el recuento, algo improbable a no ser que hubiera un fraude masivo o hackeo ruso. Un recuento, de hecho, también puede suponer que si se encuentran irregularidades aumente el margen de la victoria de Trump en alguno de esos estados. Los estados tienen que transmitir la suma de votos definitiva el 13 de diciembre a los representantes del colegio electoral de cada estado. Los electores se reúnen en sus capitolios estatales el 19 de diciembre y depositan sin ningún debate sus papeletas. No hay una regla federal por la que tengan que respetar la mayoría del voto en su estado, pero así se ha hecho desde la fundación del país. Alexander Hamilton se inventó el colegio electoral como un filtro para evitar que los votantes escogieran a un demagogo poco preparado para se presidente. Su idea era que hubiera un debate entre los representantes estatales en el colegio electoral, pero ahora ni siquiera se reúnen. Ahora, media docena de electores aseguran que se rebelarán y están haciendo campaña para que otros colegas no voten por Trump. Pero, en las actuales circunstancias, su campaña es muy improbable. El republicano tendría que perder 37 votos electorales para que hubiera un empate (en cuyo caso decidiría la Cámara de Representantes, de mayoría republicana) y 38 para que no tuviera los votos para ser designado presidente electo el 19 de diciembre1

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