¿Siente que vive infeliz? Las redes sociales pueden ser las culpables

students at a further education college

Estudios revelan que estas plataformas afectan en el estado de ánimo y la salud mental de la gente.

Dos horas o más en redes sociales al día hacen que la gente sea más propensa a conductas depresivas o de ansiedad.

El abuso de las redes sociales generó en Camila Rodríguez*, de 26 años, un trastorno de ansiedad que la obligó a someterse a un tratamiento psiquiátrico y psicológico durante dos años. Estuvo medicada, tomó ansiolíticos y antidepresivos y tuvo que alejarse completamente de las redes sociales y los servicios de mensajería como WhatsApp.

Ver las fotos de sus amigos viajando por Europa, las publicaciones de compañeros de la universidad que ya se especializaban y, en general, las imágenes de las vidas ‘felices’ de los demás fue una de las principales razones que la encaminaron al que parecía un abismo sin salida. “Todo eso me causó una ansiedad terrible sobre el futuro, sobre por qué las otras personas tienen más cosas, y yo todavía estoy en lo mismo, porque en las redes sociales nadie va a subir fotos del lado triste de sus vidas”, cuenta.

Este tipo de episodios entre la llamada generación de los ‘millennials’ es más común de lo que parece. Estudios científicos y psicológicos han confirmado que las redes sociales tienen una afectación en el estado de ánimo y la salud mental de las personas. Una encuesta de la Royal Society for Public Health (RSPH), del Reino Unido, y el Young Health Movement, realizada en 2017 a 1.479 jóvenes entre los 14 y los 24 años, evidencia que quienes pasan más de dos horas al día en redes como Facebook, Twitter o Instagram tienen más probabilidades de experimentar conductas depresivas o de ansiedad.

Otra investigación de la Universidad Estatal de San Diego (California, EE. UU.), que analizó los datos de una indagación realizada a más de un millón de jóvenes estadounidenses de entre 15 y 18 años, mostró que los adolescentes que pasaban más tiempo frente a los dispositivos de pantalla eran “notablemente” más infelices que aquellos que invirtieron más tiempo en actividades como deportes, lectura e interacción social cara a cara.

Pérdida de sueño, problemas de autoestima, estrés y adicción son otras de las consecuencias negativas del uso de estas herramientas.

Anyeli Castillo, psicóloga clínica y docente del Politécnico Grancolombiano, explica que, en parte, esto se debe a que en ocasiones las redes sociales llevan a que las personas se comparen con los demás, teniendo en cuenta sus propias expectativas. “Si tienes expectativas de viajar por el mundo y ves que otras personas lo hacen, entra un sentimiento de frustración. También se genera una postura de resignación, de que el otro puede y yo no, de que el otro tiene y yo no. Las redes sociales tienen ese ideal de mostrar la vida, desde la alegría, desde lo que podría ser interesante y cautivador de una persona. No estamos preparados para exponer nuestra vulnerabilidad”, dice.

Sin embargo, la experta aclara que el nivel de incidencia en el estado de ánimo que pueden ocasionar las publicaciones de los demás depende de la autoestima y del grado de significancia que tienen las redes sociales en una persona. “Hay gente que vive en función de revisar cuántas notificaciones tiene; si ven una alerta, buscan inmediatamente quién es y no dejan pasar nada. Todo depende de las carencias individuales y la cantidad de tiempo que se le dedique a eso”, añade. Hay gente que vive en función de revisar cuántas notificaciones tiene; si ven una alerta, buscan inmediatamente quién es y no dejan pasar nada

El caso de Rodríguez llegó a un punto en el que su vida giraba en torno a las redes. “Me di cuenta de que estaba abusando, revisaba todos los días a toda hora; desde que salía de mi casa hasta que llegaba estaba conectada; si alguien me hablaba, siempre estaba ahí”, dice.

Con el tiempo, afirman los especialistas, estas plataformas también se han convertido en una forma de aprobación. “Son entendidas como movimientos y representaciones sociales. Todo el mundo quiere pertenecer, y la presión de grupo y social tiene una incidencia muy alta en un individuo. Se hicieron como un medio de entretenimiento y para acercar a las personas que están lejos, pero ahora se les está dando un mal uso, y ya es un tema que te genera preocupación”, señala.

Según la experta, “hay una incidencia a nivel personal cuando a través de las publicaciones se busca subir su estatus, su autoestima y de alguna forma pertenecer”. Estas conductas se manifiestan, por ejemplo, cuando se tienen en cuenta, de una manera obsesiva, la cantidad de ‘likes’ en una foto.

Para Juan Esteban García, psicólogo especializado en consumo de la Universidad de Antioquia, “las redes sociales producen fuertes efectos en el cerebro, pues todo el diseño, la experiencia de usuario y las recompensas como los ‘likes’ funcionan como una forma de recompensa al cerebro para querer seguir usándola. Están hechas para que de alguna manera estés enganchado”.

Además, muchas veces se encargan de mostrar una percepción distorsionada de las vidas de los demás. “Lo que está en una red social es una fuente, pero no lo es todo. La gente tiende a generalizar, y las redes tienen la función de hacer ver una cosa que a veces es manipulada”, dice Castillo.

 

No se deje afectar

García afirma que es importante incorporar hábitos saludables de interacción en donde se dé “una mayor fuerza a lo real que a lo virtual y en donde las redes se vean como una herramienta de interacción secundaria”.

“Hay personas que son introvertidas, y las redes sociales les permiten una interacción, pero en el momento de convivir en vivo no se desarrollan las habilidades sociales porque no se exponen, no resignifican problemas, no afrontan; siempre va a ser más sencillo publicar, modificar, enviar o eliminar mensajes”, dice Castillo.

Alexánder Arango, estratega digital de Inbound Marketing, agrega, por su parte, que “permanecer demasiado tiempo en redes sociales, desconectándose de todo lo demás, puede crear falsas realidades”.

Lo ideal, dice, es “limitar el tiempo y favorecer espacios de interacción en el mundo real, que generen un equilibrio entre lo digital y lo físico”.

Castillo coincide en que la clave está en establecer prioridades. “Si quiero saber quién me escribió y revisar las redes sociales, no le voy a dedicar 30 minutos, sino 10, por ejemplo. La persona debe ser consciente del control sobre el uso de la tecnología y del respeto que merece el otro. Hoy se volvió más importante mirar el ‘like’ que estar atento a la conversación que tengo en este momento en la vida real”, agrega.

Poniendo límites fue como Rodríguez logró encontrar un balance en su vida. A pesar de que los episodios de ansiedad se repiten cada cierto tiempo, hoy siente que lleva una interacción equilibrada con las herramientas tecnológicas. Solo entra a Instagram y Facebook una o dos veces a la semana y mide el tiempo que invierte en servicios de mensajería como WhatsApp. Después de las 6 de la tarde no contesta mensajes.

La terapia la llevó a entender la importancia de no abusar de las redes y ser consciente de que cada persona vive de una manera diferente. “No puedes comparar tu estilo de vida con el de las otras personas”, dice. Su consejo siempre será estar más conectado con la familia, despegarse del celular, pero, sobre todo, vivir a un ritmo propio, sin tener en cuenta el de los demás.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *